jueves, 31 de diciembre de 2009

Hyerosolyma est perdita. La Cruzada de los Reyes

Se conoce como Cruzadas a una serie de expediciones militares cristianas (en total, ocho) cuyo fin era la liberación y posterior custodia de los Santos Lugares, es decir, aquellos lugares por los que vivió y murió Jesús de Nazaret.
De todas ellas, quizás la que más ha estimulado la imaginación de escritores, pintores y recientemente, cineastas ha sido la Tercera Cruzada (1188-1192). Si analizamos lo que implicó para los intereses cristianos en Tierra Santa, esta Cruzada es intrascendental pues pese a que se consiguió que los cristianos pudiesen peregrinar a Jerusalén, la ciudad Tres veces Santa seguía en manos de los musulmanes.
Pero sin duda, si esta Cruzada ha seducido a tantas y tantas generaciones a lo largo de la Historia es por el hecho de que en ella participasen los tres reyes más importantes de su tiempo (y de ahí su sobrenombre de la "Cruzada de los Reyes") y por el duelo entre los caudillos más importantes del mundo Cristiano y Musulmán: Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra y Salah al-Din, sultán de Siria y Egipto.

El ascenso de Salah al-Din (conocido como Saladino) supuso la mayor amenaza que habían afrontado los Estados cruzados desde su creación tras la Primera Cruzada. Saladino unificó a los poderosos estados islámicos de Siria y Egipto y esperó el momento para tomar Jerusalén, ciudad santa también para la religión musulmana. La excusa se la dio el caudillo cristiano Reinaldo de Châtillon al atacar una caravana de comerciantes musulmanes., violando así los acuerdos que permitían a los comerciantes musulmanes transitar por las tierras francas siguiendo sus tradicionales rutas comerciales. Este ataque le dio la excusa perfecta a Saladino para atacar al Reino de Jerusalén. La Batalla de Hattin en 1187 provocó el aplastamiento del Ejército cruzado y la captura del Rey de Jerusalén, Guido de Lusignan. Con esta derrota, las tropas musulmanas tenían su camino expedito hacia Jerusalén, que acabó cayendo en manos de Saladino. Jerusalén se había perdido.

Ante este acontecimiento, el Papa Gregorio VIII convoca una nueva cruzada a la que acuden los Reyes más importantes de la Europa medieval: Federico I Barbarroja del Sacro Imperio Romano Germánico, Felipe II Augusto de Francia y Ricardo I Corazón de León, el rey de Inglaterra.
El Ejército alemán partió desde Ratisbona, mientras que el inglés y el francés partieron juntos desde Marsella, desgajándose las tropas francesas hacia Génova. Los Ejércitos cruzados avanzaron como tres Ejércitos distintos

En su camino, la expedición alemana (que se había incrementado con la incorporación de 2000 soldados húngaros al mando del Geza, el hermano menor de Bela III, rey de Hungría) capturó el 18 de mayo de 1190, la plaza de Konya, capital del Sultanato del Rüm. El 10 de junio, al cruzar el Río Saleph, Barbarroja caería de su caballo y se ahogaría a causa de su pesada armadura. Mermados por la peste y sin dinero que sostuviese la expedición, los alemanes, mandados por el Duque de Austria se retirarían tras la caída de Acre.
Otro hecho destacado previo a esta Tercera Cruzada fue la campaña chipriota llevada a cabo por el Ejército inglés. Ricardo no tardó en hacerse con el control de la isla y convertirla en un reino cuyo rey sería el depuesto Guido de Lusignan. Guido se convertirá en un motivo de fricción entre los monarcas inglés y francés al apoyar Felipe II Augusto a Conrrado de Monferrat para ser el nuevo Rey de Jerusalén.

Finalmente tras muchos incidentes, las tropas francesas e inglesas desembarcaron en Tierra Santa en 1191 y se dirigen hacia Acre, plaza que caerá el 12 de julio de 1191. Durante el asedio la figura de Ricardo acaba eclipsando a la de su par francés, que tras la toma de Acre acabaría volviendo a Francia en una vergonzosa deserción.
Ricardo quedaba solo frente a Saladino y, seducido por la posibildad de entrar en Jerusalén él solo y convertirse en el campeón de la Cristiandad, continúo su campaña, marchando hacia Jaffa, buscando así asegurar la costa antes de marchar sobre Jerusalén.
En esta marcha hacia Jaffa, Ricardo muestra su habilidad como estratega al marchar pegado a la costa, donde su flota controlaba los mares y les aprovisionaba y manteniendo al Ejército unido pese a las continuas escaramuzas que sostenían con los hombres de Saladino, cuyo Ejército seguía bastante de cerca las evoluciones de los cruzados.
El 7 de septiembre de 1191, en Arsuf, Saladino opta por plantar batalla a los ingleses, que acabarán venciendo a las tropas musulmanas, que se batirán en retirada. El Ejército de Ricardo tiene su camino expedito hacia Jaffa, que caerá en manos de los ingleses el 10 de septiembre de 1191.

Se generó entonces una polémica en el Ejército cruzado. Muchos, abanderados por Guido de Lusignan, abogaban por marchar sobre Ascalón, señorío del que el antiguo Rey de Jerusalén había sido investido como señor; otra parte del Ejército quería marchar sobre Jerusalén, ciudad que habían votado tomar y otros, abogaban por consolidar un puerto en la costa para garantizarse la llegada de refuerzos de Occidente. Ricardo opta por la última opción, trabando conversaciones con los musulmanes, que se acabarán rompiendo.

Los cruzados marcharan entonces al interior de Palestina, donde se encuentra con la política de "tierra quemada" llevada a cabo por Saladino. Ascalón acabará cayendo en manos cristianas y allí se replegarán el 20 de enero de 1192, intentando fortificar la plaza. Mientras Saladino concentraba a todos sus hombres a los alrededores de Jerusalén, preparándose para un asedio inminente que nunca llegaría debido a las tensiones surgidas en el seno de los cruzados y a las intrigas del hermano menor de Ricardo, el famoso Juan Sin Tierra, que estaba maniobrando para hacerse con el trono de Inglaterra durante la larga ausencia de su hermano. En 1192, Ricardo pone fin a su aventura y vuelve a Inglaterra tras un periplo que le llevará a caer en las manos del Duque de Austria. Previamente, Ricardo firmaría un tratado con Saladino que permitiría la entrada de peregrinos cristianos a Jerusalén.

Como vemos, pese a los esfuerzos militares de los ingleses, Jerusalén siguió en manos de los musulmanes que pese a todo tuvieron que transigir con la presencia de peregrinos cristianos. Posiblemente Ricardo hubiese podido capturar Jerusalén pero no está tan claro que la hubiese podido retener frente a una contraofensiva musulmana. Militarmente no se cumplieron los objetivos, pero el mundo, tanto el Cristiano como el Musulmán se maravillaron por el encuentro entre dos hombres -Ricardo y Saladino- arquetipos del caballero medieval de su tiempo.

FUENTE: Jean Flori Ricardo Corazón de León. El Rey Cruzado
Las Cruzadas y su época
en "Muy Historia" nº1 pp-62-63 pp 70-77

sábado, 19 de diciembre de 2009

Yo, Claudio

Tiberio Claudio César Augusto Germánico, más conocido como Claudio, fue el cuarto emperador de la Dinastía Julio-Claudia y el primero en nacer fuera de la Península Itálica (Claudio nació en Lugdunum, la actual localidad francesa de Lyon). En su Vida de los Césares Suetonio nos dice que era cojo y tartamudo e incluso se hace eco de las sospechas del Emperador Augusto de que Claudio tuviese alguna clase de deficiencia mental. Estas deficiencias le mantuvieron apartado del poder y de las conjuras que envolvieron a Tiberio y Calígula, siendo este último quien le introdujese en la vida política romana nombrándole senador y cónsul.

Acomplejado desde su más tierna infancia por las crueles burlas de sus compañeros e incluso de las de su madre (se decía que para señalar la estupidez de un individuo decía "eres más tonto que mi hijo Claudio"). El que luego sería Emperador de los romanos se convirtió en un erudito que compuso importantes tratados de Derecho o de Historia.

La suerte de Claudio cambió un 24 de enero del año 41 d.C., fecha en la cual fue asesinado su sobrino, el Emperador Calígula, cada vez más déspota. Esa noche Calígula fue asesinado por soldados de la Guardia Pretoriana. Junto con Calígula fueron asesinados sus parientes más cercanos así como algunos miembros de la aristocracia romana. Temeroso por su vida, Claudio se escondió detrás de una cortina cuando fue hallado por los soldados de la Guardia Pretoriana, que le proclamaron Emperador.


El gobierno de Claudio duró trece años en los que no faltaron las intrigas palaciegas (especialmente por parte de su cuarta esposa, Agripina, que maniobró para que Claudio adoptase y eligiese sucesor su hijo Nerón) pero en los que el Emperador se mostró como un administrador bastante eficaz.

En política interior Claudio abolió todas las leyes absurdas dadas por su antecesor y se volcó en el Derecho. De hecho, Suetonio nos dice que llegó a publicar veinte edictos en un solo día, algunos tan originales como el que recomendaba el consumo de tejo para combatir la mordedura de serpiente. Claudio juzgó numerosos pleitos siendo un juez bastante errático e influenciable aunque siempre mantuvo una postura bastante neutral, como aquella vez en la que juzgando un pleito de ciudadanía obligó al litigante a alternar el uso de la toga según fuese declarando.
Preocupado por el abastecimiento de Roma, Claudio acometió numerosas obras encaminadas a mejorar las vías de comunicación tanto marítimas como terrestres, así mismo restauró el Acueducto "Aqua Virgo" y levantó dos nuevos el "Aqua Claudia" (que se empezó a construir durante el mandato de Calígula) y el "Aqua Novus". Abolió la Lex Papia Popea, que regulaba el matrimonio.
En el aspecto religioso, Claudio persiguió la religión del druidismo y fomentó el culto a los misterios eleusinos, culto que había tenido mucha aceptación durante la República, además de crear los Juegos Seculares.

En lo que respecta a su política exterior, esta se caracterizó por la continuidad de la Pax Romana, aunque las fronteras fueron ampliadas con la conquista del sur de Britania. Claudio mostró en esta campaña ser un eficaz estratega al conseguir la subordinación de los britanos sin derramamiento de sangre o batalla alguna. Esta campaña le permitió darle el nombre de Británico a uno de sus hijos, que posiblemente hubiese podido sucederle pero su temprana muerte frustró su brillante y prometedora carrera política. También se anexaron otras provincias como Tracia, Judea, Licia o Mauritania.

Claudio murió en Roma un 13 de octubre de 54 d.C. a la edad de 64 años y tras haber gobernado el Imperio durante 13. Fue sucedido por su hijo adoptivo, Nerón. Su gobierno supuso una balsa de aceite, muestra de la cordura y la mesura que el Imperio necesitaba tras el tormentoso reinado de Calígula.





FUENTE: Cayo Suetonio Tranquilo Vida de los Doce Césares


domingo, 13 de diciembre de 2009

Waterloo, cae el telón para Bonaparte

La batalla de Waterloo, el 18 de junio de 1815 supuso el definitivo golpe al efímero Imperio de los Cien Días, que es como se conoce al corto período de gobierno de Napoleón I Bonaparte tras volver de su exilio en la Isla de Elba. Supone además el inicio de un nuevo orden mundial en el que el Reino Unido relevará a Francia como primera potencia mundial. Pero, ¿Qué acontecimientos llevarán a Waterloo? ¿Cuáles son las fuerzas que confluyen? En esta entrada esperamos responder a algunos de estos interrogantes.

El declive del Imperio napoleónico venía de antes. Exactamente cuando Napoleón invadió Rusia en 1812, con nefastas consecuencias. La retirada francesa de Rusia, unido a la hemorragia de hombres, caballos y dinero que suponía la Guerra en la Península Ibérica, galvanizó a Prusia, Austria y Suecia para declarar la guerra a Francia y junto con Rusia y Reino Unido crearon la Sexta Coalición que acabó batiendo a los Ejércitos napoleónicos en la Batalla de Leipzig.

Salvo algunos estados alemanes y Polonia, Francia peleaba sola contra la mayor parte de Europa. Austria, recelosa del auge del poder ruso en Europa, ofreció a Napoleón la posibilidad de seguir instalado en el trono de Francia pero siempre y cuando aceptase volver a las fronteras de 1792, algo a lo que el Corso se negó. Entonces, 550.000 soldados aliados penetraron en Francia y pese a que pelearon con valor, nada pudieron hacer los 100.000 soldados franceses con los que contaba Napoleón para que los aliados ocupasen París. Consciente de que todo había terminado, Napoleón abdicó y marchó al exilio en la Isla de Elba, mientras los Borbones eran restaurados en medio de la indiferencia general.

El nuevo Rey de Francia, Luis XVIII, era el obeso y enfermizo hermano del malogrado Luis XVI y fue acogido en París con una gran indiferencia. La mala gestión que hizo su gabinete de la situación posterior provocó que la Monarquía se volviese pronto impopular y algunos sectores más liberales y el Ejército empezaron a soñar con la vuelta de Bonaparte.

Esta impopularidad de la Monarquía de Luis XVIII no pasó inadvertida a Bonaparte, que preparó su regreso. Con siete pequeñas embarcaciones y un puñado de hombres, Napoleón marcha hacia Francia, donde burlará a los guardacostas y acabará desembarcando. Luis XVIII le declara enemigo de la paz mundial y envía al Ejército a detenerle. Los soldados, al ver de nuevo a su Emperador se unen a él. Napoleón llega a París el 20 de marzo de 1815 sin pegar un tiro. Un día antes, Luis XVIII había huido a la ciudad belga de Gante.

El regreso de Napoleón pilla por sorpresa a los aliados, que se encuentran reunidos en Viena para decidir el futuro de la nueva Europa. Curiosamente están al borde de la guerra por las pretensiones hegemónicas del Zar Alejandro I, que había provocado que británicos, austriacos y prusianos firmasen un tratado secreto para combatir el excesivo poder ruso en Europa. Enterados de la vuelta del Corso, los aliados acordaron en levantar un Ejército de 150.000 soldados para devolver a Luis XVIII, cifra que luego se multiplicará por cuatro. Nace así la Séptima Coalición, que declara la guerra expresamente a Napoleón Bonaparte y no a Francia.

Solo frente a Europa, Bonaparte intentará negociar la paz con británicos y austriacos que se niegan. Solo le queda el recurso de pelear, para lo que decreta una leva forzosa que le da un Ejército de 248.000 hombres, de los cuales tomará 125.000 para la campaña de Bélgica. Podía esperar a tener un Ejército mayor, pero eso también daría tiempo a los aliados a movilizar más hombres contra él. Era ahora o nunca. Y se lanzó a por Bélgica. Si iba a haber una invasión sería por ahí.

Por su parte los aliados se movieron con desigual presteza. Los británicos levantaban un Ejército de 110.000 soldados al mando de Arthur Wellesley y los prusianos, uno de 130.000 soldados al mando de Gebhard von Blücher. Los austriacos iniciaron una movilización lenta y los rusos acuartelaron sus tropas en Alemania por lo que pudiera pasar.

Napoleón inició la campaña de Bélgica el 15 de junio de 1815, consciente de que si quería hacerse con la victoria tenía que batir al Ejército británico y prusiano por separado, a lo que ayudaba que los cuarteles generales tanto de británicos como de prusianos estuviesen a unas 12 horas de distancia el uno del otro.

El día 16, Napoleón dividió su Ejército y envió una parte, mandada por Ney, a batir a los ingleses en Quatre-Bas y otra, mandada por él mismo, a batir a los prusianos en Ligny. Los franceses vencerán ambas batallas, pero Ney mostrará una pasividad tremenda a la hora de perseguir a los británicos, que se podrán retirar en orden y desplegarse en Waterloo. Por su parte, Bonaparte juzgaba que había infligido un castigo muy duro a sus enemigos prusianos y que estos ya no representaban una gran amenaza.

Esto hizo que durante gran parte del siguiente día Napoleón estuviese indeciso sobre que Ejército atacar a continuación. Envió a algunos regimientos de caballería a perseguir a Blücher y partió junto el grueso de su Ejército a batir a los británicos.

El día 18 estaba todo listo para la batalla que habría de cambiar el destino de Europa.
A un lado estaba Arthur Wellesley, al mando de 67.000 soldados británicos, alemanes, holandeses y belgas, de los cuales 12.000 son de caballería y 156 cañones. El plan del general británico es sencillo: con sus líneas de suministros ocultas, todo consistía en desgastar a los franceses y esperar la llegada de Blücher, que le había prometido refuerzos.
Del otro estaba Napoleón Bonaparte, al mando de 74.000 soldados franceses, de los cuales 16.000 son de caballería y 256 cañones. El Corso era consciente de que tenía que vencer a los británicos fácilmente para evitar que lleguen refuerzos aunque cree que los prusianos han sido batidos dos días antes y no pueden presentar combate alguno. Su Estado mayor le advierte acerca del peligro de Wellesley y de lo bien entrenadas que están las tropas británicas. Napoleón responde despreciando a Wellesley diciendo que es un mal general y que los británicos son unos malos soldados. Da orden de avanzar. Comienza la Batalla de Waterloo.
Napoleón fija gran parte de la suerte de la batalla en la granja de Hougoumont. Es consciente de que necesita ese enclave para hundir el flanco derecho inglés y hacer que Wellesley acuda en auxilio de esa posición, lo que facilitaría un ataque por el flanco izquierdo. Sin embargo, 6.000 soldados británicos rechazarán a los 14.000 soldados franceses que Napoleón mandó arrojar sobre esa posición.
No tardarán en informar al Emperador de que 30.000 soldados prusianos marchan hacia el lugar de la batalla. Napoleón confía en poder batir a los británicos antes de que lleguen los alemanes y manda llamar a su caballería, que está persiguiendo a los prusianos y se han alejado demasiado.
Napoleón ordena ahora a su infantería avanzar sobre el centro inglés, pero su infantería es masacrada por un contraataque de la infantería y la caballería británica.

La caballería británica será diezmada por los ataques de la caballería francesa, que más tarde sería lanzada contra los británicos creyendo que se retiraban. Craso error. Al lanzarlos sin apoyo de artillería, los jinetes galos se estrellaron contra la artillería británica, que los hizo pedazos.
Una ofensiva dirigida en persona por el Mariscal Ney posibilitó la caída de Hougoumont tras ocho horas de combate y ocho asaltos franceses. Justo en ese momento, los prusianos atacan el flanco derecho francés. Napoleón se ve obligado a enviar a la Guardia Imperial a frenar a los alemanes, intentando ganar unos segundos que le permitan acabar con los británicos. Pero estaba todo perdido. Al anochecer los británicos y los prusianos hacen que Napoleón se retire.

La derrota de Waterloo provocará enormes desafecciones en el bando napoleónico, mientras cerca de medio millón de soldados aliados penetran en territorio francés. Consciente de que ha vuelto a ser derrotado, intenta abdicar en su hijo, Napoleón II, pero ello no impide que los aliados capturen París y reinstauren a Luis XVIII en el trono de Francia. Napoleón se entregará a los británicos que le confinarán en la isla de Santa Elena, donde fallecerá.

Ríos de tinta se han escrito acerca de la derrota napoleónica en Waterloo. Muchos buscan explicaciones peregrinas pero lo cierto es que el principal y único responsable de lo ocurrido en Waterloo es el propio Napoleón y el hecho de haber despreciado a sus dos rivales, a los que consideraba peores generales que él. De lo que no se duda es que la llegada de los prusianos fue clave para la derrota francesa.

Los tres protagonistas de Waterloo corrieron suertes bastante dispares. Sir Arthur Wellesley fue ennoblecido con el título de Duque de Wellington y llegó a ser Primer Ministro de su país mientras que Blücher acabó sus días cuatro años después tras entregarse a un frenesí de mujeres, naipes y alcohol.
Napoleón, el gran vencido, acabó sus días en Santa Elena, consumido por el odio y escribiendo sus memorias. Se cree que murió envenenado por sus carceleros.

FUENTE: Waterloo en "Historia y Vida" nº474 pp 30-48

sábado, 12 de diciembre de 2009

¿Por qué la Historia?

¿Y por que no? ¿Porque optar por una disciplina con tan pocas salidas profesionales y no hacer alguna carrera como Derecho, Medicina o alguna Ingeniería de esas tan punteras?

Todos los días trato de buscar una respuesta satisfactoria a esa pregunta. Y creo que la respuesta debe de ser positiva pues he invertido cinco años de mi vida en el estudio de la ciencia de Clío. Y esos cinco años han sido los mejores de mi vida desde el punto de vista profesional y personal pues han ido acompañados de unos excelentes amigos que me acompañaran el resto de mi vida.

Evidentemente a lector escéptico le parecerá muy poco bagaje invertir cinco años solo por el hecho de encontrar buenos amigos, cosa que también encuentra el abogado, ingeniero o médico en sus respectivas facultades. Tiene que haber algo que me haya hecho escoger por esta ciencia en lugar de por las otras.

Lo que diferencia a la Historia de otras ciencias ya sean naturales (dedicadas a estudiar el medio en el que se mueve el hombre, con la salvedad de la Medicina) o sociales (dedicadas a estudiar la interacción del hombre con el medio y con otros hombres) es que la Historia estudia al Hombre y su progreso a lo largo del tiempo. Es un tema tan amplio como el Universo mismo. Se puede hacer una Historia de la Ciencia y dentro de la Historia de la Ciencia, ver como ha ido evolucionando la Medicina, la Botánica o la Arquitectura.

La Historia es tan compleja como el propio Hombre. Pero no solo sirve para ver desde que punto se parte y en que punto se encuentra determinada disciplina. También sirve para ver desde que punto a partido y en que punto se encuentra la Humanidad. Y es en este punto donde está la grandeza de la Historia.

Nuestros detractores nos ven a los Historiadores como un grupo de entrañables fantasiosos que viven en otras épocas ignorando los problemas de esta. O como meros archivadores de datos absurdos como el desayuno de Napoleón el día de Waterloo. No. La Historia trata, estudiando el Pasado, mejorar el Presente y levantar un mejor Futuro para todos nosotros. No se trata pues de acumular datos, se trata de interpretarlos e intentar evitar cometer los mismos errores que nuestros antepasados . Pues como veremos aquí, aunque pueda parecernos lejano, un campesino del Egipto de los faraones, un comerciante genovés del S. XV o un soldado austrohúngaro de la I Guerra Mundial se enfrentaron a los mismos problemas cotidianos que nosotros hoy día.

Sin más, muchas gracias por leer y espero que disfruteis de los hechos que aquí narraremos.

Un cordial saludo

Francisco Javier