lunes, 7 de junio de 2010

Pedro El Grande: Rusia entra en Europa

Pedro I, apodado con toda justicia El Grande (1672-1725) es una de las figuras más importantes de la Historia Universal y uno de los personajes principales de la Historia de Rusia, tal es la devoción que despierta entre los rusos, que el actual Primer Ministro Vladimir Putin, decora con retratos del enorme zar (medía dos metros) sus oficinas.

Aunque originalmente no estaba destinado a ocupar el trono de los Zares, una cadena de "afortunados" fallecimientos llevaron a Pedro I al trono de Rusia en 1682. Cuando falleciese en 1725, Rusia habría cambiado gracias al ambicioso proyecto de reformas que llevaron a Rusia a convertirse en uno de los estados europeos más importantes del siglo XVIII. Bajo el gobierno de Pedro Rusia se integró en Occidente y se extendió hasta las fronteras que más o menos tiene hoy día convirtiendo un reino pequeño y con cierta pervivencia de instituciones medievales en una de las más pujantes potencias militares de su epóca, así como un actor internacional a tener en cuenta. Como pasase con Iván IV, Pedro I se valió de unos medios monstruosos para alcanzar sus fines, eliminando a todo aquel que se oponía a sus ambiciosas reformas.

Hijo del Zar Alexis y de su segunda esposa, Natalia, no parecía que el joven Pedro estuviese destinado a reinar sobre Rusia. Alexis había engendrado hijos de su primer matrimonio, lo que permitió que Pedro tuviese una educación algo más laxa, con frecuentes escapadas al suburbio alemán, donde Pedro conoció los avances técnicos de Occidente y aprendió holandés y alemán. Allí trabó amistad con personajes como el escocés Patrick Gordon, el suizo François Lefort y el holandés Andrés Vicinus. Los tres serán importantes consejeros que ayudarán a Pedro a sacar adelante su ambicioso programa de reformas.

En 1682 muere su hermanastro Fiódor III y Pedro pasa a ser Zar con solo diez años. Su madre Natalia actuaría como regente hasta que una hermanastra de Pedro, Sofía, lideró una revuelta con el objetivo de actual de regente en nombre de Pedro y de su hermanastro Iván, que tenía sus facultades mentales mermadas.
Pedro acabó liberándose del tutelaje político de Sofía siete años después. La ambiciosa hermanastra fue recluida en un monasterio y Pedro entregó el poder a su madre. A instancias de ella, Pedro casó con Eudoxia Lupójina. El 1691, Natalia moría y Pedro se convertía en Zar. Años después fallecía su hermanastro Iván y Pedro quedaba al frente de Rusia en solitario.

Uno de los pilares de su política exterior fue obtener una salida al mar. Para ello Pedro envió una expedición militar en 1695 contra la ciudad de Azov, donde pensaba obtener una base naval permanente. El secular enemigo otomano le infringió una derrota que le llevó a acometer reformas en el Ejército y a crear una Marina. Un año después, Azov caía en sus manos.

Ávido de convertir a Rusia en un país occidental, Pedro inició un viaje acompañado de varios nobles y artesanos que se conoció como Gran Embajada. El viaje recibió el nombre de Gran Embajada y recorrió Brandeburgo, Königsberg, Amsterdam, Londres, Praga y Viena, entre otras ciudades. Ahí pudo observar los avances técnicos de Occidente e intentó firmar alianzas contra los turcos, pero fracasó por la tensión creciente en Europa a causa de la sucesión a la Corona española.

Al volver a Rusia, Pedro se encontró con que Sofía había vuelto a atizar una revuelta contra su autoridad protagonizada por los stretlsi, un cuerpo de Ejército creado por Iván El Terrible. La revuelta fue atajada a la vuelta del Zar y el cuerpo disuelto.

Pedro decidió limitar el poder de la nobleza y de la Iglesia ortodoxa emprendiendo una serie de reformas que las subordinaron a su poder. Por toda Rusia se levantaron escuelas y academias encaminadas a formar al personal que necesitaba la nueva Rusia que Pedro estaba levantado, se multiplicaron las imprentas (en 1703 apareció el primer periódico) y se crearon monopolios estatales en tabaco, sal, potasa y resina, lo que provocó revueltas.

En política exterior, tras la guerra contra Turquía, Pedro desencadenó una guerra contra la potencia del norte, Suecia. No estaba solo, le acompañaban polacos, sajones y daneses. Suecia tuvo que hacer frente a la guerra en solitario y uno a uno fue batiendo a sus enemigos. Rusia sufrió una humillante derrota en la Batalla de Navia, pero mientras Suecia se ocupaba de sus otros enemigos, Rusia se rehizo y fue tomando más y más territorio en el Báltico, construyendo una flota que le permitiese consolidar su dominio. Fruto de su victoria levantó la ciudad de San Petesburgo.

Pedro saboreaba ya la victoria en el Báltico: tenía Livonia, Estonia e Ingria y estaba levantando una nueva capital para el nuevo Estado que estaba construyendo. Sin embargo cometió un error: menospreciar la capacidad militar de su enemigo.

Los suecos, al mando de su rey Carlos XII, habían eliminado a daneses, sajones y polacos y ahora se concentraban en derrotar a la Rusia de Pedro. Para ello, Carlos XII y su Ejército invadieron Rusia por Ucrania, buscando encontrar apoyos en una revuelta de Cosacos que se había desatado en esa zona.
Sin embargo, cuando los suecos entraron en Ucrania descubrieron que la revuelta había perdido fuerza y con la política de tierra quemada que luego los rusos usarían contra los invasores napoleónicos y nazis.

En Poltava, el Ejército de Carlos XII fue aplastado, de los 20.000 soldados del Ejército sueco, solo 2.000 al mando de un rey herido lograron refugiarse en el Imperio Otomano. Sin Ejército, Suecia estaba a la merced de Pedro, que tomó Finlandia. En 1718 moría Carlos XII y en 1721 se firmaba la paz entre una Suecia al borde del colapso y una Rusia que emergía como potencia boyante. A cambio de Finlandia, Suecia cedía a Rusia sus conquistas bálticas.

Pedro no se detuvo con la obtención de la tan preciada salida al mar Báltico.

Pedro lanzó a su Ejército sobre Persia para arrebatarle Bakú y otras zonas del Caspio. Así mismo envió una expedición al Este que permitió incorporar a Rusia zonas como la Península de Kamchatka o Siberia, ampliando Rusia hasta límites hasta entonces insospechados.

Para finales de su reinado Rusia era muy distinta a como había sido cuando empezó. Las reformas se habían cimentado sobre la sangre y el sufrimiento de muchos rusos pero el cambio había sido abismal: Rusia había pasado en unos pocos años de ser un reino constreñido por suecos y turcos anclados en el fanatismo a ser un Imperio que se extendía por dos continentes y que estaba plenamente integrado en Occidente. A partir de Pedro, nada se podía hacer en esa zona del mundo sin consultar al Zar y su corte.

Pedro murió en 1725, siendo sucedido por Catalina I de Rusia. La nueva dirigente rusa recibía una herencia envidiable, mucho mejor que la que había recibido Pedro. Catalina tendría que hacer frente a las tremendas desigualdades entre el mundo urbano, fuertemente modernizado y un mundo rural donde los campesinos malvivían en las peores condiciones y analfabetismo, algo que no atajó ningún dirigente ruso.

FUENTE: El Creador de la Rusia Moderna en "Historia y Vida" nº494 pp.34-44




jueves, 20 de mayo de 2010

Julio César, historia de una ambición

Cayo Julio César es uno de esos personajes que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en la Antigua Roma. Y si tuviésemos que citar a algún personaje ilustre del pasado su nombre sería uno de los que vendría a nuestra cabeza.
Y la verdad no es para menos. Las hazañas de Julio César han inspirado obras de teatro, óperas, novelas, películas, series de televisión e incluso, videojuegos. Todos ellos buscando recrear la gloria de un hombre que lo tuvo todo. Nunca antes en la República romana un hombre había acumulado tantos poderes y honores por tanto tiempo. Y lo que más asombra en todo este caso es que Julio César, en lugar de ser corrompido por todo ese poder casi absoluto, lo empleó para mejorar el día a día de los que menos tenían en Roma y para poner las bases legales de un nuevo Estado que debería de corregir la inoperancia de las estructuras legales de la vieja República, diseñadas para gobernar una ciudad pero incapaces de responder a los desafíos que planteaba gobernar todo el mundo mediterráneo. Cayo Julio César es el padre del Imperio romano, entidad política que se mantendría, con más o menos cambios hasta el 475 d.C. en Occidente y que perduraría hasta 1453 en Oriente.

Como todo hijo de familia noble, Julio César fue orientado a hacer carrera política. En este sentido, fue nombrado sacerdote de Júpiter. En aquella época el Senado, se hallaba dividido en dos bandos: los optimates, defensores de los derechos de los grandes propietarios agrícolas y los populares, defensores de los derechos de los pequeños propietarios. César se alineó con estos últimos, entre los que se encontraba su tío Mario.
Mario era el tipo de hombre que en esos momentos llevaba las riendas en Roma: un caudillo militar con importantes apoyos en el Senado y en el Ejército, además de ciertas victorias. Sus simpatías por Mario y su negativa a divorciarse de su esposa Cornelia le llevaron a ser perseguido por Sila, el caudillo optimate que le disputaba a Mario el poder en Roma.
Sila acabaría aceptando perdonar a César tras muchas presiones pero acabaría declarando "que había muchos Marios en César". Aunque perdonado, César tuvo que marchar a Oriente e Hispania donde hizo sus primeras armas como político y militar.

El hombre fuerte del momento era Cneo Pompeyo Magno, pupilo de Sila, ya fallecido y que había sofocado la rebelión de los esclavos encabezada por Espartaco . Pompeyo quería gobernar Roma de manera indirecta para evitar tanta oposición como la que encontró Sila, para ello ideó el sistema del triunvirato.
Pompeyo buscó apoyos en Marco Licinio Craso y Cayo Julio César para gobernar los tres Roma. Los tres se necesitaban mutuamente: Pompeyo necesitaba a Craso para ganarse el afecto de los hombres de negocios, Craso necesitaba protección política para aumentar su patrimonio y César un paraguas bajo el que forjar su propio prestigio político. Para ello pidió ser enviado a la Galia.

La Galia era el territorio ideal para las aspiraciones de César: tenía un Ejército bajo su mando y un territorio donde fraguarse un prestigio político. Para ello, durante los cerca de siete años que duraron sus campañas, César escribió su famoso De bello Gallico donde comenta sus triunfos en la conquista de la Galia, algo que le hizo muy popular. Destaca su triunfo sobre el caudillo germano Ariovisto, siendo esta la primera vez que un Ejército romano vencía a las hordas germanas en su propio territorio.
El episodio más famoso de esta campaña fue el sitio de Alesia en el que se enfrentó al no menos audaz caudillo Vercingetorix. César le sitió en la fortaleza de Alesia, pero el jefe Comio sitió al propio César. Tras una situación bastante complicada, César acabaría venciendo a los galos y conquistando definitivamente la Galia.

Sin embargo parece ser que César no estaba destinado a estar tranquilo nunca. César esperaba volver a Roma como cónsul para ser inmune, pero el Senado se negaba exigiéndole que licenciase a su Ejército. Para colmo, Craso había muerto en Partia y Julia, la hija de César casada con Pompeyo, también. Pompeyo era el hombre fuerte en Roma y César no tenía ninguna garantía de que fuese favorable a su causa.
En una de las decisiones célebres de la Historia, Julio César decide cruzar el Río Rubricón al frente de su Ejército, lo que suponía declararle la guerra al Senado. A su célebre vayamos allá a donde nos llaman los prodigios de los dioses y la inquinidad de nuestros enemigos los legionarios clamaron con un ¡O César o nada!. Hábil jefe militar, Julio César se había ganado el afecto de sus soldados rompiendo las barreras entre jefe y soldado. Si sus hombres pasaban frío, César pasaba frío, si sus hombres pasaban hambre, César pasaba hambre. Se forjaba así un vínculo entre el general y sus hombres díficil de quebrar.

Había estallado la guerra civil. Tras un paseo triunfal hasta Roma, César marcha a Hispania, pronvicia gobernada por Pompeyo mediante legados. Los legados pompeyanos son derrotados y César marcha a Oriente, donde Pompeyo había reunido un gran Ejército que fue aplastado en la batalla de Farsalia, sin lugar a duda la mayor victoria conseguida de Julio César.
Pompeyo logró huir para buscar escondite en Egipto, donde el Rey Ptolomeo XIII, buscando ganarse el favor de César, ordenó su asesinato. César, deseando de perdonar a Pompeyo, se irritó por este acto y se involucró en las tensiones palaciegas egipcias, aupando al trono a la que luego sería su amante: Cleopatra.
Tras esto César marchó al actual Túnez, donde el Senador Marco Porcio Catón había reunido un Ejército. César volvió a aplastar a las tropas republicanas mientras Catón se acabaría suicidando.
El último asalto de esta guerra tendría lugar en Munda, en la provincia de Córdoba. En un desesperado intento, Cneo Pompeyo y su hermano Sexto levantaron un Ejército para impedir que César se hiciese con el control definitivo sobre Roma. Fueron derrotados y con ellos, nadie se interponía ante César y su deseo de hacerse con Roma.

Desde Munda hasta su muerte César fue sentando las bases de lo que luego sería el Imperio romano. Fue restando poder a los senadores, incrementando su número de 300 a 900 con muchas personas fieles a su persona, fue acumulando honores y poder hasta ser designado dictador perpetuo, fue aliviando las cargas de los más pobres, acometiendo una reforma agraria que diese tierras a sus veteranos, para así granjearse su apoyo. E incluso comenzó a planear una campaña contra los partos para limpiar el honor de Craso y recuperar los estandartes arrebatados por los persas.
Sin embargo, un grupo de senadores proclives a la República le asesinó antes de ver cumplido este último proyecto. Eliminándole esperaban poder volver a restaurar la República. Eran los idus de marzo del 44 a.C.

Los senadores conjurados esperaban con esta acción volver a la situación anterior como si nada hubiera pasado, pero los seguidores de César, especialmente Octavio se negaron a aceptar la nueva situación. Joven aunque tremendamente ambicioso, Octavio empezó a maniobrar para hacerse con los resortes del poder, aplastando a todo aquel que se opusiese a su voluntad.

En definitiva, la vida y obra de Julio César, que tanto ha inspirado a artistas posteriores, sirvió para sentar las bases jurídicas de un Estado que sobrevivió hasta 1453 y que hasta su llegada al poder estuvo colapsado entre su realidad y sus desfasadas leyes. Quizás lo ambicioso de sus reformas fue lo que llevó a su trágico asesinato, pero lo cierto es que todo aquel que vive intensamente, muere intensamente.

FUENTE: Cayo Suetonio Tranquilo Vida de los Doce Césares

lunes, 5 de abril de 2010

Seis días de Junio...

Nunca antes un conflicto tan corto como la Guerra de los Seis Días (o la Guerra de Junio, como la llaman los árabes) había tenido tanta importancia en el devenir político de ese barril de pólvora que es Oriente Medio.
En efecto, en esos intentos seis días de 1967 el Estado de Israel pasó a triplicar la extensión que tenía antes del inicio de las hostilidades, a comprender que podía pelear y ganar una guerra solo (contrariando la opinión del fundador del Estado israelí, David Ben Gurión, que sostenía que siempre que se fuese a la guerra había que contar con al menos, un aliado) y a emerger como potencia militar de la región y la consagración de un hombre -Moshé Dayán- como uno de los grandes generales de la Historia. Además fue un duro golpe para la ideología panarabista que hasta entonces había sido predominante en el mundo musulmán (pese a que continuarán aflorando regímenes panarabistas mucho después de la victoria israelí). En este artículo pretenderemos repasar las causas que llevaron a este enfrentamiento y las causas que llevaron a la aplastante victoria israelí sobre los numerosos ejércitos árabes.

El conflicto árabe-israelí se remonta a 1948, fecha en la cual expira el mandato británico en Palestina y se proclama el Estado de Israel. Inconformes con las resoluciones de la ONU que abogaban por la creación de un Estado judío y otro árabe en Palestina, los países árabes limítrofes con Israel atacaron a la naciente nación. La conflagración acabó con un alto el fuego decretado por la ONU y el derrocamiento de algunos de los regímenes que fueron a la guerra por elementos del Ejército, acusados de corruptos e ineficaces.

Uno de los regímenes derribados fue el del Rey Faruq I de Egipto. Corrupta hasta decir basta, un grupo de jóvenes oficiales líderados por el General Naguib y el Coronel Gamal Abdel Nasser derribaron la monarquía e implantaron una república nacionalista, panarabista y de tendencias socialistas.
Nasser fue junto con el indonesio Sukarno, el hindú Nehru y el yugoslavo Tito uno de los creadores del Tercer Mundo en la Conferencia de Bandung.
Uno de los anhelos de Nasser era conseguir la unidad política del mundo árabe bajo la batuta egipcia. Para ello emprendió una política anticolonialista y nacionalista lo que le llevó a apoyar a los independentistas argelinos y a abanderar la causa palestina. Una de sus primeras medidas fue la nacionalización del Canal de Suez, gestionado por un consorcio británico y francés, el bloqueo de los Estrechos del Tirán y el apoyo a incursiones palestinas en territorio israelí.
Esto provocó que británicos, franceses e israelíes tuviesen alguna buena razón para odiar a Nasser lo que hizo que el Egipto afrontase una guerra contra los tres países. Las amenazas soviéticas y las presiones de Estados Unidos llevaron a que se declarase un nuevo armisticio y se desplegasen cascos azules en el Sinaí.

Con los cascos azules en el Sinaí, Siria (gobernada por otro regímen panrabista y socialista a imagen y semejanza del que regía El Cairo) abanderó la causa palestina. Siria y Egipto se había unido en un fallido proyecto de Estado conocido como República Árabe Unida y que se vino al traste por la corrupción de sus dirigentes. Siria acusaba a Nasser de cobardía y el Raïs, temeroso de perder su influencia en el mundo árabe, involucró a su Ejército en la Guerra Civil yemení en favor de los partidarios de la República.
Sin embargo, la situación del mundo árabe era mucho más compleja que la carrera entre El Cairo y Damasco por liderarlo. Había una serie de monarquías de corte conservador como Jordania, Arabia Saudí, Iraq o Irán que odiaban a los regímenes populistas egipcio y sirio tanto como a los israelíes.
No menudearon los intentos de sirios y egipcios por desestabilizar a estos regímenes, esfuerzos que cuajaron con el asesinato del Rey de Iraq y su sustitución de un régimen prosirio. Esto llevó a Jordania a estar más sola que nunca.

Mientras esto pasaba, los sirios jaleaban más y más las incursiones de los palestinos y caldeaban el ambiente contra egipcios y jordanos. Estas acciones llevaron a los israelíes a llevar pequeñas incursiones militares contra Siria y Jordania. Había tensión, mucha tensión. Y entonces, Nasser renació de sus cenizas.

Enfangado en el Yemen, Nasser sacó de la nevera la cuestión palestina para renacer como el caudillo del mundo árabe. Para ello expulsó a las tropas de la ONU de la zona y empezó a acumular tropas en el Sinaí mientras su retórica belicista aumentaba tras hacer las paces con Siria. Damasco y Egipto bullían de incendiarios comunicados de radio que clamaban contra Israel y Jordania.

En Israel toda esta escalada se veía con temor. Levi Eshkol, primer ministro de Israel, apostó por una solución diplomática mientras en su país menudeaba el pesimismo. Aunque luego sería ensalzado por su saber estar y sangre fría, la prensa y los observadores políticos acusaban a Eshkol de hombre débil y apocado ante la cada vez más desafiante retórica belicista de los árabes.
El colmo de la crisis vino cuando Egipto cerró los Estrechos de Tirán, impidiendo el acceso de petróleo y otras mercancías a Israel. Esto suponía condenar al Estado hebreo a una lenta asfixia económica. Pese a las presiones de su generalato, Eshkol intentó solventar la crisis de manera diplomática y todo lo más que hizo fue declarar una movilización de reservistas.
Otra vuelta de tuerca de la crisis vino cuando Jordania, temerosa por su propia supervivencia, se unió a la alianza entre Egipto y Siria y consintió el despliegue de tropas iraquíes y saudíes en su territorio nacional.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Los ciudadanos israelíes estaban seguros de que esta vez nada podría parar a los árabes y de que Eshkol llevaría a la total ruina a Israel. Entonces Eshkol sacó un conejo de la chistera: nombró al General Moshé Dayán Ministro de Defensa. El contradictorio general tuerto aceptó la cartera siempre y cuando tuviese control absoluto sobre las eventuales operaciones militares.
Cuando el Gobierno israelí comprendió que la guerra era inevitable, intentó ir a ella con al menos un aliado. Con Estados Unidos enfangado en Vietnam y con Francia marcando las distancias con Israel, Tel Aviv empezó a hacerse a la idea de que tendría que luchar solo.
Mientras Israel asimilaba la idea de una guerra, Egipto seguía acumulando soldados en el Sinaí. Egipto tenía el Ejército más numeroso de los cuatro estados árabes limítrofes con Israel. Además estaba reforzado por unidades de voluntarios palestinos, marroquíes, tunecinos y sudaneses. Los israelíes tenían que golpear primero si querían tener una opción antes de que el despliegue árabe fuese total.

Y el golpe llegó. El día 5 de junio de 1967, aviones de caza israelíes atacaron las bases aéreas del Ejército egipcio, mientras Dayán recomendaba contención ante Jordania y Siria. La guerra era esencialmente una guerra contra Egipto.
El ataque fue un cuarto hora de antes de que los políticos egipcios llegase a sus oficinas. Para colmo, se había prohibido a los soldados egipcios abrir fuego antiaéreo por temor a que se derribasen los aviones en los que viajaban los comandantes del Ejército y la Fuerza Aérea egipcia así como una delegación iraquí. Iban a revistar a los oficiales que estaban en el Sinaí por lo que cualquiera capaz de dar una orden decente se encontraba a miles de kilómetros de donde iba a estallar la guerra. La confusión fue total y la práctica totalidad de la Fuerza Aérea egipcia fue destruida. Nasser tuvo que pedir a Argelia que enviase aviones de refuerzo.
Mientras esto sucedía, las pasadas de los aviones israelíes continuaban y las tropas del Ejército israelí entraron en el Sinaí. El objetivo: abrir los Estrechos del Tirán antes de que la ONU impusiese un alto el fuego. Y sin apoyo aéreo pues la aviación estaba intentando lograr la supremacía aérea.

Paralelamente a las primeras incursiones aéreas, aparatos de la Fuerza Aérea jordana comenzaron a atacar posiciones israelíes. Dayán recomendó contención en este frente al igual que en sirio, aunque autorizó incursiones contra las fuerzas aéreas sirias y jordanas y cuando la ofensiva jordana comenzó a tornarse cada vez más seria, Dayán ordenó que la batalla por Cisjornadia y Jerusalén comenzase.
Los jordanos combatieron valientemente y vendieron cara su derrota. Junto a ellos lucharon algunas unidades iraquíes tanto de tierra como de aire, mientras los saudíes se contentaban con quedarse en la frontera esperando que algún avión israelí le atacase y los sirios se quedaron en la frontera esperando instrucciones. Con su Ejército al borde del colapso, con Cisjordania y Jerusalén en manos de los israelíes, el Rey Hussein de Jordania aceptó el Alto el fuego decretado por la ONU al tercer día de la guerra.

Mucho mayor fue el desastre militar egipcio. Su primera línea de defensa había sido rebasada por las tropas israelíes pero mucho más peligroso que todo el Ejército israelí junto era la incompetencia del Mariscal Amer. Antiguo compañero de armas de Nasser, Amer controlaba el Ejército y ejercía de poder en la sombra. Demasiado poderoso para que Nasser pudiese hacer algo contra él, Amer hizo del Ejército egipcio su propio rancho donde los ascensos se hacían en función de la fidelidad mostrada a Amer y no de su valía.
Esto llevó a que Amer decretase una retirada generalizada, desorganizada que permitió muchas de las bajas egipcias de la guerra. Al cuarto día de guerra, un Nasser abatido ante el desastre sufrido aceptaba el alto el fuego de la ONU tras perder el Sinaí.

Todo parecía indicar que la guerra había terminado pero los miembros más radicales del gabinete presionaban a Dayán para atacar a Siria. Razonaban que Damasco había sido uno de los responsables del estallido de la guerra y que necesitaba un escarmiento. Los dos últimos días de la guerra se emplearon en una ofensiva a gran escala contra el Ejército sirio en los Altos del Golán (donde nacía el Jordán, vital para la agricultura israelí). La oficialidad siria, purgada constantemente por los continuos golpes de Estado no podía asumir la ofensiva y decretó la retirada total. Tras dos días de guerra y con los objetivos militares cumplidos, Israel aceptó el alto el fuego de la ONU y los sirios suspiraron aliviados pues temieron que los hebreos se hiciesen con Damasco. La guerra había terminado.


La guerra costó la vida a entre 10.000 y 15.000 soldados egipcios, 700 jordanos y 450 sirios. Israel perdió a cerca de 679 hombres. Demográficamente, las bajas israelíes equivaldrían a la muerte de 80.000 soldados estadounidenses.
Tras la guerra Israel emergía como una nueva potencia militar en Oriente Medio. Además, los elevados costos de la guerra se sufragaron rápidamente con el petróleo extraído del Sinaí. Israel tomó conciencia de que podía librar y vencer una guerra sin apoyo occidental, aunque siguió mirando a Occidente siempre y cuando necesitase armas y apoyo político. Además triplicó su territorio, controló el Jordán y conquistó por entero Jerusalén. La Casa Blanca auspició el plan de "Paz por territorios" por el cual Israel cambiaría los territorios arrebatados a sus vecinos árabes por tratados de paz con ellos.
Para los árabes fue un desastre sin paliativos. Nasser fue un fantasma desde la derrota pese a que de cara al público siguió siendo el gran líder del mundo árabe. Un mundo árabe cada vez más dividido. Acaso quien ganó fue Jordania, que con la pérdida de Cisjordania perdió una bolsa de población palestina proclive al socialismo panarabista y que acabaría debilitando a la Corona jordana.

Pese a todo, pese a los tratados entre Israel y Egipto y Jordania, el conflicto continúa, amenazando con volver a estallar en cualquier momento.

FUENTE: Michael B. Oren "La Guerra de los Seís Días"

José Miguel Romaña "Fuego sobre Oriente Medio. El golpe aéreo de Israel en la Guerra de los Seís Días"

domingo, 7 de marzo de 2010

Ruy González de Clavijo, un Castellano en la Corte del Khan.

En el presente blog hemos tratado los grandes sucesos de la historia y a muchos de sus personajes. Hemos narrado infinidad de batallas protagonizadas por infinidad de personajes importantes como Napoleón, Iván El Terrible o Ricardo Corazón de León todos ellos personajes conocidos.

Inexplicablemente hay grandes gestas que quedan en el olvido, arrinconadas y que no son revividas por novelistas, pintores o cineastas quedando inmortalizados sus personajes por siempre jamás. La presente entrada pretende hacerse eco de una muy importante hazaña que ha quedado relegada a un inexplicable segundo plano histórico, quizás por que no consiguiese los frutos esperados (aunque sus integrantes fueron generosamente recompensados por la Corona) o quizás por que este maravilloso viaje haya quedado eclipsado por las aventuras de Marco Polo , el veneciano que cien años antes viajó a Asia, aunque no por ello la historia que nos atañe deja de ser menos interesante. En esta entrada hablaremos del viaje del embajador castellano Ruy González de Clavijo como Embajador de Enrique III hacia la Corte de Tamerlán.

¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a Enrique III a enviar una Embajada a la Corte de Samarcanda? El primero era la pujanza de los poderes musulmanes (los turcos están ya a las puertas de Constantinopla) y la posible ayuda de estos al debilitado y corrupto reino granadino. Además, otro motivo de preocupación era la situación de Asia tras la victoria de Tamerlán sobre los turcos en la Batalla de Ankara en 1402. El resultado de esta batalla dio al Imperio Timúrida el control de Asia desde el Mar Egeo hasta Nueva Dehli, lo que suponía el control de la Ruta de la Seda, llave del lucrativo comercio chino. Además el soberano mongol había dirigido una amistosa misiva e innumerables regalos a su homólogo castellano y había que corresponder tan noble gesto.

La embajada estaba compuesta por nuestro protagonista, Ruy González de Clavijo (que consignó todo lo que vio en su obra Embajada a Tamerlán), el militar Gómez de Salazar (muerto antes de ver las murallas de Samarcanda), el religioso fray Alonso Páez de Santa María y Mohamed Alcaxi, embajador mongol que volvía a su tierra. Partieron de Cádiz en mayo de 1403 e hicieron escala en diversos puertos italianos y griegos hasta llegar a Constantinopla, donde fueron recibidos por el Emperador Manuel II Paleólogo. Clavijo no guardará buen recuerdo de su estancia en tierras bizantinas, consignando en su obra las constantes intrigas que sacudían la corte imperial, aunque quedará maravillado por la multitud de Iglesias que albergaba la actual Estambul y también algunas de las curiosas reliquias que albergaban, como por ejemplo, la barba de Cristo.

Tras un naufragio en el Mar Negro, los castellanos atravesaron las actuales Turquía, Irán, Turkmenistán y Uzbekistán para llegar al Sur del Mar Caspio, donde se incorporarán a la mítica Ruta de la Seda. Clavijo y sus compañeros quedarán maravillados por el esplendor de las ciudades caravaneras, como vemos en su estancia en Tábriz, donde paseó por los atestados bazares donde se podían comprar especias, paños de sedas y afeites para las mujeres, que como señala iban "todas cubiertas con sávanas blancas, e ante los ojos, unas redes de sedas, prietas de cavellos; así van cerradas".
Aunque menos fantasioso que el relato de Marco Polo, Clavijo da rienda suelta a su fantasía al creer recorrer los ríos que recorren el Paraíso, el lugar donde se posó el Arca de Noé, el primer poblado que se fundó tras el Diluvio Universal, la tierra de las amazonas (a las que Clavijo atribuye conducirse por el rito Cristiano Ortodoxo) y ver animales nunca antes vistos para un hombre de su tiempo como la jirafa o el elefante. Y finalmente, Samarcanda.

A principios del S.XV, Samarcanda (en el actual Uzbekistán) era la capital de un vasto imperio y una ciudad cosmopolita que albergaba a mongoles, persas, griegos, armenios, turcos y árabes. Allí era donde residía Tamerlán cuando no se encontraba en campaña y donde se recibirían a los castellanos en cómodos ordos (herencia del pasado nómada de los amos mongoles) dotados de todas las comodidades para agasajar a los enviados castellanos. En uno de estos ordos fueron recibidos por Tamerlán, en todo momento cortés y atento con sus invitados.

El gran conquistador mongol distaba mucho de ser el gran guerrero que fue en el pasado. Cojo desde su juventud (y de ahí el nombre de Tamerlán, venido de la contracción de las palabras Timur Leng, literalmente, "Timur El Cojo"), Tamerlán estaba ahora prácticamente ciego a sus 68 años y tan débil que debía de ser transportado en un palanquín.
Durante los dos meses que estuvieron los castellanos en su Corte, Tamerlán se mostró amable con ellos y recogió con mucha alegría la misiva y los presentes que Enrique III le ofrecía. Luego de recibir los presentes, marchó para ponerse al frente de su Ejército para conquistar China, emulando a Gengis Khan del que decía descender.

Finalizada su misión y con Tamerlán a punto de desencadenar una guerra contra China, los castellanos volvieron a su patria. Sin embargo el viaje se tornaría bastante azaroso al morir Tamerlán en 1405 justo cuando preparaba la campaña china.
Gran militar pero pésimo estadista, la obra de Tamerlán fue incapaz de sobrevivirle pues el Khan fue incapaz de dotarla de unas instituciones políticas que le diesen fuerza. Esto provocó que los hijos de Tamerlán se enzarzasen en una serie de luchas fratricidas mientras los pueblos sometidos por los mongoles se rebelaban contra el dominio de Samarcanda. Fue un viaje accidentado y lleno de peripecias, pero finalmente, el 24 de marzo de 1406, Clavijo y sus compañeros dieron cuenta a Enrique III de los pormenores de su Embajada, lo que les hizo ganarse el favor real y recibir numerosas mercedes.

Los acuerdos obtenidos por Clavijo quedaron en nada con la muerte de Tamerlán y el paulatino debilitamiento de su imperio; sin embargo, el viaje del que muchos llaman el Marco Polo castellano es uno de los episodios más desconocidos y más fascinantes de la Historia medieval española.

FUENTE: Viaje a Samarcanda. El otro Descubrimiento en "Historia de Iberia Vieja" nº20 pp 82-87

domingo, 28 de febrero de 2010

Tebas, Esparta, Atenas ¿Quién manda en Grecia?

La dos victorias griegas ante los persas (en el episodio conocido por la Historiografía como "Guerras Médicas" y que trataremos en profundidad en próximas entradas) hizo a los helenos tomar conciencia que necesitaban un mínimo de unidad política (que ya existía en el plano cultural y religioso) para conjurar una tercera tentativa persa de invasión.
La solución a este cuestión fue la creación de la Liga de Delos donde estaban representadas las polis griegas .

Sin embargo no tardaron en estallar tensiones entre Atenas y Esparta (las principales potencias griegas que colaboraron a la derrota persa) al recelar los espartanos de la creciente influencia ateniense en asuntos políticos. Las tensiones fueron en aumento hasta que las dos polis resolvieron sus diferencias en el campo de batalla. Esto es lo que se conoce como Guerra del Peloponeso, que también será tratada en próximas entradas y que se acabará saldando con la victoria espartana y la hegemonía de esta nueva polis sobre la totalidad de la Hélade.

Poco o nada pudieron disfrutar los espartanos de su victoria y de su recién estrenada hegemonía pues no tardó en perfilarse una nueva amenaza para Esparta: Tebas. Agesilao II, rey de Esparta, era consciente de esta amenaza y para ello no dudó en enviar tropas a las ciudades vecinas a Tebas con el fin de aupar al poder a gobiernos filoespartanos y crear así una especie de "cordón sanitario" que aislase a su nueva enemiga.
Estos movimientos provocaron el rechazo de Tebas y sus gobernantes empezaron a entablar conversaciones con Atenas para formar una nueva alianza que combatiese a Esparta por tierra y por mar. Así pues, mientras los atenienses aprestaban su flota, los tebanos levantarían un poderoso Ejército. Pero, ¿Sería suficiente para batir a Esparta?

Tebas no tenía un Ejército mediocre, más bien al contrario. Contaba con un cuerpo de 300 hoplitas (infantería pesada) conocidos como "Falange Sagrada". Sus miembros combatían en parejas que habían jurado vencer o morir juntos, lo que daba un alto grado de cohesión al Ejército.
Y al frente de este Ejército encontramos a un hombre excepcional: Epaminondas. De la mano de este general y hombre de estado puede decirse que nace la guerra tal y como la conocemos. Antes la guerra era una mera cuestión de arrojo y valentía, ganando el más valiente o el más insensato al disponerse los Ejércitos frente a frente.
Epaminondas no va a alinear a todos sus efectivos en una misma parte sino que dividirá sus fuerzas en dos grupos (uno de ataque y otro de reserva) que maniobraban con total independencia el uno del otro pero trataban de rodear al enemigo y forzarle a rendirse. Desde este momento, el centro y los flancos contarán con tareas propias a parte de las principales y maniobrarán independientemente la una de la otra y no como había sido hasta ese momento.

Una y otra vez las tropas tebanas fueron venciendo a los espartanos mientras la flota ateniense. Esparta estaba contra las cuerdas y junto cuando ya solo quedaba asestar el golpe de gracia, no tardaron en surgir recelos entre los dos aliados y los atenienses se avinieron a firmar una paz con los espartanos ante el creciente poder de Epaminondas, que fantaseaba con el hecho de unificar Grecia bajo su mando.

Convencida de que había llegado la hora de ganar la guerra, Esparta marchó sobre Beocia. No contaba con el genio militar de Epaminondas que pondría en funcionamiento sus novedosas técnicas en la Batalla de Leuctra, donde el Ejército tebano aplastó a los espartanos. Leuctra hizo que Esparta entregase el testigo de la hegemonía en la Hélade a Tebas.

Epanimondas creó la Liga Tebana donde aglutinó a todas las polis de Grecia central con excepción de Atenas. Para protegerse de las ansias de revancha espartanas, Epaminondas invadió y arrasó Laconia. Allí creó un estado títere mesenio a cuya cabeza se encontraba el propio dirigente tebano. También levantó una confederación arcadia. Estaba claro que Epaminondas buscaba unificar Grecia bajo su mando y aquello provocó las iras de Atenas. El tebano había llegado demasiado lejos.

En el 362 a.C. Epaminondas marcha al frente de un Ejército para conquistar Mantinea. No tardó en enterarse de que tropas espartanas al frente de Agesilao II acudían en auxilio de la ciudad. Epaminondas comprendió que Esparta había quedado sin guarnición al estar movilizados todos los varones en edad de luchar, lo que tentó a Epaminondas a marchar contra Esparta. Sin embargo, Agesilao II leyó bien la maniobra tebana y movilizó a sus soldados hacia Esparta de modo que cuando el Ejército Tebano llegó, los espartanos ya se encontraban allí.

Epaminondas vaciló al ver como su plan de tomar Esparta por sorpresa se hundía, Epaminondas marchó sobre Mantinea, que recibió refuerzos atenienses. En la Batalla de Mantinea Epaminondas mostró su habilidad como comandante al engañar a sus enemigos atenienses ( y a sus refuerzos espartanos) al hacerles creer que se estaban retirando para posteriormente atacarles. Tebas volvió a vencer pero tuvo que pagar un precio muy alto: Epaminondas fue mortalmente herido en esa batalla.

Los médicos que revisaron su herida dijeron que si extraían la punta de la lanza, Epaminondas moriría desangrado. El líder tebano preguntó por dos oficiales a los cuales quería legarles el poder, pero estos hombres habían caído. Epaminondas recomendó entonces que se firmase la paz y declaró que moriría sin ser vencido. Acto seguido ordenó que le extrajesen la punta de la flecha y expiró.

Tebas perdía así a su más valioso jefe militar y su efímera hegemonía. Epaminondas moría invicto pero sin cumplir con sus objetivos políticos: la unificación de Grecia algo que lograría más tarde un discípulo suyo: Filipo II, futuro Rey de Macedonia.

Aunque fracasó en sus objetivos políticos de unificación de Grecia, la hegemonía tebana supuso un interesante receso al binomio director de la política griega formado desde las Guerras Médicas por Esparta y Atenas. Sin embargo, lo personal de esta primacía regional provocó que se derrumbase una vez desaparecido su artífice.

FUENTE: Tebas contra Esparta. Odio a muerte en la Antigua Grecia en "Historia y Vida" nº473 pp.60-63

miércoles, 10 de febrero de 2010

María Estuardo, la desdichada Reina de Escocia

La vida de María Estuardo (1542-1587) ha sido argumento de innumerables pinturas, obras de teatro y óperas. Y no es para menos pues la vida de esta soberana escocesa parece haber sido escrita por la mente de algún atribulado bohemio parisino y no deberse a una complicada red de intrigas y traiciones que constituían la norma en la alta política del S.XVI. En la presente entrada pretendemos centrar el foco en una de las figuras más atrayentes de su tiempo.

María Estuardo nació en 1542. Era la hija de Jacobo V, Rey de Escocia y de la aristócrata francesa María de Guisa. Una semana más tarde Jacobo V acabaría falleciendo y la pequeña María, el único retoño que seguía con vida en el momento de la muerte de su padre, pasó a convertirse en Reina de Escocia.
Escocia era en esos momentos uno de los reinos más problemáticos de la Europa del XVI, con una nobleza muy poderosa gracias a las cuatro minorías de los últimos soberanos escoceses. Para colmo, la aristocracia escocesa se dividía entre francófilos (católicos, partidarios de la alianza con Francia para combatir al tradicional enemigo inglés) y anglófilos (protestantes, partidarios del entendimiento con Inglaterra). En el exterior, Escocia debía de hacer frente a las pretensiones del soberano inglés Enrique VIII para hacerse con el control de la totalidad de la isla.

En esas circunstancias, la pequeña reina escocesa se convirtió en un juguete en manos de la nobleza que pronto arregló su matrimonio con Eduardo, Príncipe de Gales. Los francófilos acabarán maniobrando para anular el matrimonio, lo que provocará que tropas inglesas penetren en Escocia buscando secuestrar a María y esposarla con el ya Rey Eduardo VI. Los ingleses fueron rechazados, pero pronto se convino que Escocia no era lugar seguro para la joven reina. Se firmó un compromiso con Francisco, Delfín de Francia y María fue enviada a París.

María creció en la Corte de Enrique II ajena a las intrigas que sacudían Escocia, donde desde la muerte de su padre gobernaba su Madre en calidad de regente.
A los 15 años Enrique II convocó a los embajadores escoceses a París para arreglar el matrimonio de la Reina con el joven Delfín. Se acordó que si la pareja moría sin descendencia, los derechos sucesorios pasarían al pariente escocés más próximo a la Reina. Mientras, un acuerdo secreto firmado entre María y Enrique II establecía que los derechos dinásticos pasarían a la Corona francesa.
En 1558, Francisco y María contraían matrimonio. Un año después, Francisco se convertía en Rey de Francia con el nombre de Francisco II y meses después, el joven soberano francés fallecía, dejando a María viuda.

Como todo soberano, María tenía que tener un heredero y al no tenerlo con el malogrado Francisco II, se aprestó a buscar un nuevo esposo. No le faltaron pretendientes: desde los reyes de Dinamarca y Suecia hasta el Duque de Ferrara. Sin embargo quien de verdad convenía a María era el hijo de Felipe II, Carlos de Austria. Franceses e ingleses (especialmente estos, pues los católicos ingleses simpatizaban mucho con la escocesa y poco con su actual soberana, Isabel I) presionaron a Felipe II para que no consintiese el matrimonio y Su Católica Majestad prefirió tener la fiesta en paz a granjearse tan poderosos enemigos.

María resolvió volver a Escocia que desde la muerte de María de Guisa estaba gobernada por el incendiario predicador calvinista John Knox, que había abolido la autoridad del Papa en Escocia y perseguido el catolicismo.
A su vuelta a Escocia, María recibió una dispensa para poder practicar el Catolicismo y ella, en un acto de sagacidad política, mantuvo el predominio protestante. El resultado fue una relativa paz que arruinó su matrimonio en 1565 con Henry, lord Darnley, altamente impopular entre la práctica totalidad de la nobleza escocesa, bien por su condición de católico, su altivez y su desmesurada ambición política.
Esa desmesurada ambición, unido al hecho de los celos que sentía por David Riccio, un italiano que la Estuardo había contratado como músico y secretario. El 9 de marzo de 1566, Darnley y un grupo de conjurados arrestan a María. La reina pacta con su esposo y juntos huyen a Dunbar, en la costa. Días mas tarde, María entraría en Edimburgo al frente de 8.000 soldados. No encontraría resistencia a su paso, pero su relación con Darnley estaba muerta y si algo le asustaba era el temor de que su hijo fuese declarado ilegítimo, algo que se "solucionaría" cuando la residencia de Darnley saltase por los aires en 1567.

De nuevo viuda, María casaría con uno de los más importantes magnates protestantes, James Hepburn, conde de Bothwell. Fue la gota que colmó el vaso y los nobles desencadenaron una revuelta. Para evitar más derramamientos de sangre, María se entregó a los sublevados que la obligaron a abdicar y proclamaron a su hijo Jacobo (de solo un año de edad) Rey de Escocia. Con la ayuda de algunos nobles fieles a ella, María escaparía de la cárcel y se pondría al frente de un Ejército que caería derrotado en la Batalla de Langside en 1568. María huyó en Inglaterra.

Con gran aceptación entre los católicos ingleses y un heredero (el joven Rey Jacobo VI) María era mucho más popular que su prima, Isabel I. La Reina Virgen se vio "obligada" a arrestarla y a capear las demandas de ejecución como podía, hasta que veinte años después acabase cediendo a la presión y siendo ejecutada en 1587.

Acababa así la vida de la mujer que tuvo que hizo frente con grandes dosis de coraje y valor a la tarea de gobernar uno de los tronos más complicados de la Europa del Quinientos, quizás le hubiese hecho falta más templanza a la hora de escoger matrimonio, aunque su temprana muerte (que la elevaría a la categoría de mártir del Catolicismo y le daría a su vida ese carácter novelesco que tanto sedujo a los artistas) se vería en cierto modo reparada por la proclamación de su hijo Jacobo como Rey de Inglaterra, entrando así los Estuardo a reinar en Londres.

FUENTE: María Estuardo, el trágico destino de la Reina de Escocia en "Historia y Vida nº449 pp 64-73



jueves, 4 de febrero de 2010

Y los esclavos dijeron basta: la Independencia de Haití

Haití es una de esas naciones del mundo que solo se asoman a nuestros televisores y diarios cuando ocurre allí una desgracia ya haya sido esta provocada por el hombre (algún levantamiento armado encaminado a derrocar al Gobierno de Puerto Príncipe) o alguna catástrofe natural como la que recientemente ha sacudido al país.
Lo que quizás muchos no sepamos es que este rincón del Caribe acogió durante los turbulentos años de la Revolución francesa uno de los episodios más llenos de épica, espíritu de libertad y por qué no, ciertos toques de romanticismo al ser este país escenario de una rebelión de esclavos que acabará desembocando en la primera república negra del mundo. En la presente entrada nos dedicaremos a estudiar quiénes guiaron a la colonia más próspera del Caribe a ser un país independiente gobernado por ex-esclavos.

La actual república de Haití se erige sobre la antigua colonia francesa de Saint Domingue. Los franceses controlaban el tercio occidental de la isla de La Española desde finales del S.XVII cuando comenzaron a ocupar partes de la isla aprovechando la debilidad de los españoles. Durante la siguiente centuria los franceses convirtieron Saint Domingue en la colonia más próspera de todo el Caribe con una economía basada principalmente en el cultivo de la caña de azúcar. De hecho, Saint Domingue sola era más productiva que la suma de todas las colonias británicas en el Caribe. Esta prosperidad fue más acusada a raíz de la independencia de los Estados Unidos en 1783, cuando comenzó a florecer un rico comercio azucarero entre la joven nación y la colonia francesa.

Para mantener esta productividad, Saint Domingue demandaba mano de obra esclava, concretamente unos 30.000 esclavos negros anuales. Estos esclavos fueron suministrados primero por compañías monopolistas creadas por el Gobierno francés y posteriormente por ricos comerciantes radicados en las más importantes ciudades costeras. Cada vez más dependientes de estos comerciantes, algunos sectores criollos blancos comenzaron a conspirar para alcanzar mayores cotas de poder económico y político.
Otro sector bastante desafecto eran los mulatos y negros libres. Eran pequeños propietarios y despertaron el recelo de la clase dirigente blanca que dictó una serie de normas discriminatorias para vetar el ascenso de los mulatos a las esferas de poder. Esto provocó que los mulatos se organizasen en la Société des Amis des Noirs, encaminadas a defender sus derechos frente a las autoridades criollas blancas. Esta Sociedad no tardó en trabar contacto con algunos sectores revolucionarios franceses a los que prometieron ayuda financiera a cambio de derechos políticos. Los mulatos cumplieron su palabra, pero París vaciló bastante, temeroso de tener que emancipar a los esclavos y perder así a la prosperidad de la colonia.

Viendo como el Gobierno francés faltaba a su palabra, los mulatos trabaron contacto con los británicos para obtener por las armas lo que las leyes les negaban. Así, Vincent Ogé y algunos otros mulatos desembarcaron en Saint Domingue en octubre de 1790, aunque acabaron siendo detenidos y ejecutados por las autoridades coloniales francesas. Toda esta lucha por la autonomía en el caso de los blancos y la igualdad en el caso de los mulatos se hizo de espaldas a los esclavos negros, que pronto tendrían algo que decir.

En efecto, en 1791 se produciría un levantamiento de esclavos en la parte sur de la isla. Alarmados por el cariz que tomaban los acontecimientos, mulatos y blancos formaron un frente común frente al levantamiento de los negros, aunque esta alianza no duraría mucho. Los esclavos negros se vieron apoyados por los españoles de Santo Domingo, desde donde penetró un Ejército compuesto por negros exiliados y milicias criollas.
El 4 de marzo de 1792, el Gobierno francés decreta la igualdad de derechos entre mulatos y blancos, lo que espanta a estos últimos que empiezan a buscar el apoyo de los británicos de Jamaica. Para encauzar esta situación París envía a la colonia un Ejército de 6.000 soldados a cuyo frente estaba el jacobino Leger-Felicité Sonthonax, que acabó decretando la abolición de la esclavitud con el fin de encauzar la situación y detener las invasiones española y británica.

Esta acción atrajo al principal caudillo revolucionario negro: Toussaint Louverture, que pasó al bando francés con un Ejército de 4.000 hombres. Los negros que no se acogieron al decreto de Sonthonax se alistaron a las filas españolas y los mulatos se dividieron entre los que apoyaban a las autoridades coloniales y los que apoyaban a los blancos y la intervención británica.
Toussaint acabaría siendo el hombre fuerte de la situación y el principal comandante militar francés en Saint-Domingue, alcanzando en 1797 el grado de general de división. Gracias a su genio militar acabaron siendo expulsados los españoles, que debieron de replegarse a su propio territorio cediendo algunas importantes zonas ganaderas a los franceses. Por su parte, los británicos se acabarían replegando a Jamaica tras una guerra que había costado las vidas de 25.000 soldados.
Antes de retirarse, los británicos pactaron con Toussaint no volver a intervenir a cambio de ciertas concesiones comerciales. Durante las negociaciones, los británicos ofrecieron a Toussaint la posibilidad de independizarse bajo su protección, pero el líder negro se negó, temeroso de tener que enfrentarse con los mulatos. Prefirió pues, seguir gobernando la colonia en nombre de Francia. Esto no impediría que entre 1799 y 1800, Toussaint tuviese que sofocar una revuelta mulata en el sur de la isla.

Mientras Toussaint intentaba restaurar la prosperidad económica de Saint Domingue, Napoleón se hacía con el poder en Francia. Deseoso de establecer un gran imperio colonial francés en América, Bonaparte se aprestó a restaurar el control absoluto de Francia sobre Saint Domingue. Para ello proyectó enviar un Ejército al Santo Domingo español (actual República Dominicana) que los españoles habían cedido a los franceses mediante el Tratado de Basilea. Este Ejército tenía dos funciones claras: tomar posesión del Santo Domingo español y desalojar a Toussaint del poder. Sin embargo, el líder negro fue más rápido y él mismo se encargó de reunificar la isla y de reorientar la economía dominicana de la ganadería a la agricultura en grandes extensiones.

El 29 de enero de 1802, el general Victor Emmanuel Leclerc al mando de 58.000 soldados desembarca en La Española dispuesto a acabar con el gobierno de Toussaint Louverture. Los franceses avanzaron por diversos frentes: una parte del Ejército marchó hacia Santo Domingo, que cayó con poca resistencia, mientras numerosos regimientos desembarcaron en la mitad de la parte española de la isla.
Mientras esto ocurría, la Armada francesa cañoneaba Puerto Príncipe y Leclerc, al mando del grueso del Ejército marchaba sobre Cap-Français ciudad que acabó cayendo en sus manos tras no pocas dificultades. El 7 de junio, Toussaint fue traicionado y entregado a los franceses. Moriría un año después en prisión.

Negros y mulatos se unieron bajo el mando de uno de los lugartenientes de Toussaint llamado Jean-Jacques Dessalines. Dessalines continúo la lucha ante un Ejército francés muy mermado por la fiebre amarilla. Incluso el propio general Leclerc acabaría sucumbiendo ante esta enfermedad. En 1804 las tropas francesas acabarían capitulando y retirándose de aquel paraíso tornado en infierno por culpa de las enfermedades y del valor de los antiguos esclavos dispuestos a pelear por la independencia.

En enero de 1804, Dessalines y otros caudillos negros y mulatos proclamaron la independencia de la República de Haití (en honor a uno de los caciques indios que gobernaba la isla a la llegada de los españoles). Nacía así la primera república negra del mundo y la primera república latinoamericana independiente con un modelo (la independencia hecha por el levantamiento de los esclavos) que no se vería en cualquier otro proceso independentista de los que le siguieron.

FUENTE: Frank Moya Pons "La independencia de Haití y Santo Domingo" en Leslie Bethell ed. Historia de América Latina volumen 5, La Independencia