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lunes, 7 de junio de 2010

Pedro El Grande: Rusia entra en Europa

Pedro I, apodado con toda justicia El Grande (1672-1725) es una de las figuras más importantes de la Historia Universal y uno de los personajes principales de la Historia de Rusia, tal es la devoción que despierta entre los rusos, que el actual Primer Ministro Vladimir Putin, decora con retratos del enorme zar (medía dos metros) sus oficinas.

Aunque originalmente no estaba destinado a ocupar el trono de los Zares, una cadena de "afortunados" fallecimientos llevaron a Pedro I al trono de Rusia en 1682. Cuando falleciese en 1725, Rusia habría cambiado gracias al ambicioso proyecto de reformas que llevaron a Rusia a convertirse en uno de los estados europeos más importantes del siglo XVIII. Bajo el gobierno de Pedro Rusia se integró en Occidente y se extendió hasta las fronteras que más o menos tiene hoy día convirtiendo un reino pequeño y con cierta pervivencia de instituciones medievales en una de las más pujantes potencias militares de su epóca, así como un actor internacional a tener en cuenta. Como pasase con Iván IV, Pedro I se valió de unos medios monstruosos para alcanzar sus fines, eliminando a todo aquel que se oponía a sus ambiciosas reformas.

Hijo del Zar Alexis y de su segunda esposa, Natalia, no parecía que el joven Pedro estuviese destinado a reinar sobre Rusia. Alexis había engendrado hijos de su primer matrimonio, lo que permitió que Pedro tuviese una educación algo más laxa, con frecuentes escapadas al suburbio alemán, donde Pedro conoció los avances técnicos de Occidente y aprendió holandés y alemán. Allí trabó amistad con personajes como el escocés Patrick Gordon, el suizo François Lefort y el holandés Andrés Vicinus. Los tres serán importantes consejeros que ayudarán a Pedro a sacar adelante su ambicioso programa de reformas.

En 1682 muere su hermanastro Fiódor III y Pedro pasa a ser Zar con solo diez años. Su madre Natalia actuaría como regente hasta que una hermanastra de Pedro, Sofía, lideró una revuelta con el objetivo de actual de regente en nombre de Pedro y de su hermanastro Iván, que tenía sus facultades mentales mermadas.
Pedro acabó liberándose del tutelaje político de Sofía siete años después. La ambiciosa hermanastra fue recluida en un monasterio y Pedro entregó el poder a su madre. A instancias de ella, Pedro casó con Eudoxia Lupójina. El 1691, Natalia moría y Pedro se convertía en Zar. Años después fallecía su hermanastro Iván y Pedro quedaba al frente de Rusia en solitario.

Uno de los pilares de su política exterior fue obtener una salida al mar. Para ello Pedro envió una expedición militar en 1695 contra la ciudad de Azov, donde pensaba obtener una base naval permanente. El secular enemigo otomano le infringió una derrota que le llevó a acometer reformas en el Ejército y a crear una Marina. Un año después, Azov caía en sus manos.

Ávido de convertir a Rusia en un país occidental, Pedro inició un viaje acompañado de varios nobles y artesanos que se conoció como Gran Embajada. El viaje recibió el nombre de Gran Embajada y recorrió Brandeburgo, Königsberg, Amsterdam, Londres, Praga y Viena, entre otras ciudades. Ahí pudo observar los avances técnicos de Occidente e intentó firmar alianzas contra los turcos, pero fracasó por la tensión creciente en Europa a causa de la sucesión a la Corona española.

Al volver a Rusia, Pedro se encontró con que Sofía había vuelto a atizar una revuelta contra su autoridad protagonizada por los stretlsi, un cuerpo de Ejército creado por Iván El Terrible. La revuelta fue atajada a la vuelta del Zar y el cuerpo disuelto.

Pedro decidió limitar el poder de la nobleza y de la Iglesia ortodoxa emprendiendo una serie de reformas que las subordinaron a su poder. Por toda Rusia se levantaron escuelas y academias encaminadas a formar al personal que necesitaba la nueva Rusia que Pedro estaba levantado, se multiplicaron las imprentas (en 1703 apareció el primer periódico) y se crearon monopolios estatales en tabaco, sal, potasa y resina, lo que provocó revueltas.

En política exterior, tras la guerra contra Turquía, Pedro desencadenó una guerra contra la potencia del norte, Suecia. No estaba solo, le acompañaban polacos, sajones y daneses. Suecia tuvo que hacer frente a la guerra en solitario y uno a uno fue batiendo a sus enemigos. Rusia sufrió una humillante derrota en la Batalla de Navia, pero mientras Suecia se ocupaba de sus otros enemigos, Rusia se rehizo y fue tomando más y más territorio en el Báltico, construyendo una flota que le permitiese consolidar su dominio. Fruto de su victoria levantó la ciudad de San Petesburgo.

Pedro saboreaba ya la victoria en el Báltico: tenía Livonia, Estonia e Ingria y estaba levantando una nueva capital para el nuevo Estado que estaba construyendo. Sin embargo cometió un error: menospreciar la capacidad militar de su enemigo.

Los suecos, al mando de su rey Carlos XII, habían eliminado a daneses, sajones y polacos y ahora se concentraban en derrotar a la Rusia de Pedro. Para ello, Carlos XII y su Ejército invadieron Rusia por Ucrania, buscando encontrar apoyos en una revuelta de Cosacos que se había desatado en esa zona.
Sin embargo, cuando los suecos entraron en Ucrania descubrieron que la revuelta había perdido fuerza y con la política de tierra quemada que luego los rusos usarían contra los invasores napoleónicos y nazis.

En Poltava, el Ejército de Carlos XII fue aplastado, de los 20.000 soldados del Ejército sueco, solo 2.000 al mando de un rey herido lograron refugiarse en el Imperio Otomano. Sin Ejército, Suecia estaba a la merced de Pedro, que tomó Finlandia. En 1718 moría Carlos XII y en 1721 se firmaba la paz entre una Suecia al borde del colapso y una Rusia que emergía como potencia boyante. A cambio de Finlandia, Suecia cedía a Rusia sus conquistas bálticas.

Pedro no se detuvo con la obtención de la tan preciada salida al mar Báltico.

Pedro lanzó a su Ejército sobre Persia para arrebatarle Bakú y otras zonas del Caspio. Así mismo envió una expedición al Este que permitió incorporar a Rusia zonas como la Península de Kamchatka o Siberia, ampliando Rusia hasta límites hasta entonces insospechados.

Para finales de su reinado Rusia era muy distinta a como había sido cuando empezó. Las reformas se habían cimentado sobre la sangre y el sufrimiento de muchos rusos pero el cambio había sido abismal: Rusia había pasado en unos pocos años de ser un reino constreñido por suecos y turcos anclados en el fanatismo a ser un Imperio que se extendía por dos continentes y que estaba plenamente integrado en Occidente. A partir de Pedro, nada se podía hacer en esa zona del mundo sin consultar al Zar y su corte.

Pedro murió en 1725, siendo sucedido por Catalina I de Rusia. La nueva dirigente rusa recibía una herencia envidiable, mucho mejor que la que había recibido Pedro. Catalina tendría que hacer frente a las tremendas desigualdades entre el mundo urbano, fuertemente modernizado y un mundo rural donde los campesinos malvivían en las peores condiciones y analfabetismo, algo que no atajó ningún dirigente ruso.

FUENTE: El Creador de la Rusia Moderna en "Historia y Vida" nº494 pp.34-44




miércoles, 10 de febrero de 2010

María Estuardo, la desdichada Reina de Escocia

La vida de María Estuardo (1542-1587) ha sido argumento de innumerables pinturas, obras de teatro y óperas. Y no es para menos pues la vida de esta soberana escocesa parece haber sido escrita por la mente de algún atribulado bohemio parisino y no deberse a una complicada red de intrigas y traiciones que constituían la norma en la alta política del S.XVI. En la presente entrada pretendemos centrar el foco en una de las figuras más atrayentes de su tiempo.

María Estuardo nació en 1542. Era la hija de Jacobo V, Rey de Escocia y de la aristócrata francesa María de Guisa. Una semana más tarde Jacobo V acabaría falleciendo y la pequeña María, el único retoño que seguía con vida en el momento de la muerte de su padre, pasó a convertirse en Reina de Escocia.
Escocia era en esos momentos uno de los reinos más problemáticos de la Europa del XVI, con una nobleza muy poderosa gracias a las cuatro minorías de los últimos soberanos escoceses. Para colmo, la aristocracia escocesa se dividía entre francófilos (católicos, partidarios de la alianza con Francia para combatir al tradicional enemigo inglés) y anglófilos (protestantes, partidarios del entendimiento con Inglaterra). En el exterior, Escocia debía de hacer frente a las pretensiones del soberano inglés Enrique VIII para hacerse con el control de la totalidad de la isla.

En esas circunstancias, la pequeña reina escocesa se convirtió en un juguete en manos de la nobleza que pronto arregló su matrimonio con Eduardo, Príncipe de Gales. Los francófilos acabarán maniobrando para anular el matrimonio, lo que provocará que tropas inglesas penetren en Escocia buscando secuestrar a María y esposarla con el ya Rey Eduardo VI. Los ingleses fueron rechazados, pero pronto se convino que Escocia no era lugar seguro para la joven reina. Se firmó un compromiso con Francisco, Delfín de Francia y María fue enviada a París.

María creció en la Corte de Enrique II ajena a las intrigas que sacudían Escocia, donde desde la muerte de su padre gobernaba su Madre en calidad de regente.
A los 15 años Enrique II convocó a los embajadores escoceses a París para arreglar el matrimonio de la Reina con el joven Delfín. Se acordó que si la pareja moría sin descendencia, los derechos sucesorios pasarían al pariente escocés más próximo a la Reina. Mientras, un acuerdo secreto firmado entre María y Enrique II establecía que los derechos dinásticos pasarían a la Corona francesa.
En 1558, Francisco y María contraían matrimonio. Un año después, Francisco se convertía en Rey de Francia con el nombre de Francisco II y meses después, el joven soberano francés fallecía, dejando a María viuda.

Como todo soberano, María tenía que tener un heredero y al no tenerlo con el malogrado Francisco II, se aprestó a buscar un nuevo esposo. No le faltaron pretendientes: desde los reyes de Dinamarca y Suecia hasta el Duque de Ferrara. Sin embargo quien de verdad convenía a María era el hijo de Felipe II, Carlos de Austria. Franceses e ingleses (especialmente estos, pues los católicos ingleses simpatizaban mucho con la escocesa y poco con su actual soberana, Isabel I) presionaron a Felipe II para que no consintiese el matrimonio y Su Católica Majestad prefirió tener la fiesta en paz a granjearse tan poderosos enemigos.

María resolvió volver a Escocia que desde la muerte de María de Guisa estaba gobernada por el incendiario predicador calvinista John Knox, que había abolido la autoridad del Papa en Escocia y perseguido el catolicismo.
A su vuelta a Escocia, María recibió una dispensa para poder practicar el Catolicismo y ella, en un acto de sagacidad política, mantuvo el predominio protestante. El resultado fue una relativa paz que arruinó su matrimonio en 1565 con Henry, lord Darnley, altamente impopular entre la práctica totalidad de la nobleza escocesa, bien por su condición de católico, su altivez y su desmesurada ambición política.
Esa desmesurada ambición, unido al hecho de los celos que sentía por David Riccio, un italiano que la Estuardo había contratado como músico y secretario. El 9 de marzo de 1566, Darnley y un grupo de conjurados arrestan a María. La reina pacta con su esposo y juntos huyen a Dunbar, en la costa. Días mas tarde, María entraría en Edimburgo al frente de 8.000 soldados. No encontraría resistencia a su paso, pero su relación con Darnley estaba muerta y si algo le asustaba era el temor de que su hijo fuese declarado ilegítimo, algo que se "solucionaría" cuando la residencia de Darnley saltase por los aires en 1567.

De nuevo viuda, María casaría con uno de los más importantes magnates protestantes, James Hepburn, conde de Bothwell. Fue la gota que colmó el vaso y los nobles desencadenaron una revuelta. Para evitar más derramamientos de sangre, María se entregó a los sublevados que la obligaron a abdicar y proclamaron a su hijo Jacobo (de solo un año de edad) Rey de Escocia. Con la ayuda de algunos nobles fieles a ella, María escaparía de la cárcel y se pondría al frente de un Ejército que caería derrotado en la Batalla de Langside en 1568. María huyó en Inglaterra.

Con gran aceptación entre los católicos ingleses y un heredero (el joven Rey Jacobo VI) María era mucho más popular que su prima, Isabel I. La Reina Virgen se vio "obligada" a arrestarla y a capear las demandas de ejecución como podía, hasta que veinte años después acabase cediendo a la presión y siendo ejecutada en 1587.

Acababa así la vida de la mujer que tuvo que hizo frente con grandes dosis de coraje y valor a la tarea de gobernar uno de los tronos más complicados de la Europa del Quinientos, quizás le hubiese hecho falta más templanza a la hora de escoger matrimonio, aunque su temprana muerte (que la elevaría a la categoría de mártir del Catolicismo y le daría a su vida ese carácter novelesco que tanto sedujo a los artistas) se vería en cierto modo reparada por la proclamación de su hijo Jacobo como Rey de Inglaterra, entrando así los Estuardo a reinar en Londres.

FUENTE: María Estuardo, el trágico destino de la Reina de Escocia en "Historia y Vida nº449 pp 64-73



sábado, 16 de enero de 2010

Iván el Terrible, sanguinario padre de la Rusia moderna

Iván IV, apodado con toda justicia El Terrible (1530-1580) es una de las figuras más controvertidas de la Historiografía rusa. Podemos leer mil y un trabajos en los cuales su contradictoria figura es alabada y denostada a partes iguales.

Iván El Terrible ha sido calificado de asesino, demente, loco, intelectual, modernizador, fanático religioso, excéntrico y mil y un adjetivos que le alaban o le defenestran a partes iguales. Y a decir verdad, la grandeza de la figura del Zar que despertó la admiración de Stalin está en que es todas esas cosas. Pese a la atrocidad de los crímenes que pudo cometer contra sus desdichadas esposas y sus pobres súbditos, Iván IV intentó la difícil tarea de abrir Rusia a Europa, aunque sin renunciar a sus raíces y consiguió (a costa de mucha sangre vertida) implantar el poder real en Rusia en detrimento de la todopoderosa nobleza cortesana, los boyardos. Es el sanguinario padre de la Rusia moderna que permanecerá inalterable hasta que la Revolución de Octubre la haga saltar por los aires. Con todos sus defectos y sus virtudes, Iván IV sembró y regó con la sangre de innumerables desdichados la semilla de la Rusia moderna.

Hijo del Zar Basilio III y de su esposa Elena, Iván fue elevado al trono en 1533 tras la muerte de su padre. Solo tenía tres años y su madre se hizo con las riendas del poder. Elena tuvo la difícil tarea de hacer frente a las aspiraciones de los boyardos (siempre dispuestos a hacerse con más poder aprovechando situaciones de debilidad de la Corona) y a la presión exterior que ejercían lituanos y tártaros. Elena acabaría muriendo envenenada cinco años más tarde de hacerse con la Regencia, presuntamente envenenada por los boyardos.
Encerrado en sus habitaciones del Kremlin, con el único apoyo de su hermano sordomudo Yuri, el joven Zar quedó convertido en un juguete en manos de una nobleza dispuesta a sacar tajada de la situación. El único apoyo que tenía el joven Iván era la Iglesia ortodoxa, que le imbuyó un profundo espíritu religioso, así como la idea de que Moscú era una nueva Roma tras la caída de Constantinopla en manos de los turcos.

En 1547 alcanzaría la mayoría de edad. Dos semanas después se casaría con Anastasia Románova (la primera de las ocho esposas con las que llego a unirse).
Instalado en el trono empezó a dar una serie de leyes bastante positivas: modernizó Moscú, centralizó y reformó la Administración, recopiló y reformó las leyes en un nuevo código, dio voz y voto a la burguesía en los Estados generales, fundó escuelas, modernizó el Ejército introduciendo el arcabuz... todo con un objetivo: alejar a los boyardos de las esferas de poder.
En política exterior se lanzó a la conquista de los kanatos tártaros de Kazán, Astrakán y el valle del Volga, lo que facilitó la posterior expansión rusa hacia los Urales. Allí emprendió una política de exterminio y deportación de la población civil tártara, reemplazándolos por colonos rusos a los que vinculó a la tierra. En conmemoración de sus victorias levantó la Catedral de San Basilio en 1555. Otro de los pilares de la política exterior de Iván IV fue intentar ganar una salida al Báltico, pero ahí se topó con la oposición de polacos, lituanos y escandinavos que bloquearon cualquier entrada de avances tecnológicos procedentes de Europa. Esto provocó que el Zar se lanzase a una serie de infructuosas campañas que no sirvieron nada más que para aumentar el descontento con su política. Pese a todo logró trabar esporádicos contactos comerciales con Inglaterra.

En 1560 moría su esposa Anastasia que había sido una positiva influencia para el Zar. Cada vez más impredecible en su humor, Iván IV se entregó al sadismo más salvaje mandando asesinar a todo aquel que pareciese sospechoso de tramar con él. En 1564 un Ejército polaco al mando del Príncipe Kubsky (héroe de las guerras tártaras que había pasado al bando de los polacos) penetró en Rusia. El temor a una rebelión hizo que Iván IV y su familia se retirasen. El vacío de poder hizo que le llamasen para volver a Moscú, cosa que hizo a cambio de más poder. Al llegar dividió el reino en dos partes: la que conservaría la antigua administración y una nueva zona llamada "Oprichinna". Allí establecería un siniestro ejército de 6.000 hombres llamados oprichnik, mitad monjes, mitad soldados; los oprichnik se dedicaban a matar a todo aquel que el Zar considerase como traidor. Este siniestro instrumento fue del que se valió Iván IV para levantar un Estado centralizado y absoluto, aunque a costa de la sangre de miles y miles de boyardos, militares, eclesiásticos, campesinos...

Las malas cosechas provocó que los tártaros y los polacos marchasen contra Rusia. El Zar, cada vez más demente debido a sus problemas con la bebida acusó a los oprichnik de traición e hizo una purga entre sus filas. Poco después este siniestro Ejército fue abolido.

La última década de su reinado fue demencial. Marcadamente desequilibrado, Iván vivió a caballo entre el sadismo y el fanatismo religioso más exacerbado. Sus esposas morían golpeadas por él mismo o asesinadas por orden del Zar. Las más afortunadas entraban en un convento. Fue entonces cuando se ganó el apodo de "El Terrible". En 1580 asesinaría a su hijo y heredero Iván con un golpe de maza. Al igual que en todos sus crímenes, Iván IV mostró un dolor y arrepentimiento tremendos.
Cada vez más loco, fantaseó con la posibilidad de contraer matrimonio con Isabel I de Inglaterra, algo que nunca fructificó. Acabó sus días rodeado de brujas y desvariando hasta su muerte en 1580. Le sucedió su hijo Fiodor I.

Iván IV era un hombre de grandes contrastes: muchos le han tildado de sádico asesino y otros de sabio administrador. Y la verdad es que era ambas cosas. Su hijo Fiodor I recibiría un Estado centralizado y absoluto, con un Ejército moderno. Eso es innegable, como el hecho de que todo eso se levantó gracias a la sangre de miles y miles de personas muertas a manos de un maníaco que creía tener una misión divina.

FUENTE: Iván El Terrible, un demente en el trono de Rusia en "Historia y Vida" nº489 pp 60-67