jueves, 20 de mayo de 2010

Julio César, historia de una ambición

Cayo Julio César es uno de esos personajes que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en la Antigua Roma. Y si tuviésemos que citar a algún personaje ilustre del pasado su nombre sería uno de los que vendría a nuestra cabeza.
Y la verdad no es para menos. Las hazañas de Julio César han inspirado obras de teatro, óperas, novelas, películas, series de televisión e incluso, videojuegos. Todos ellos buscando recrear la gloria de un hombre que lo tuvo todo. Nunca antes en la República romana un hombre había acumulado tantos poderes y honores por tanto tiempo. Y lo que más asombra en todo este caso es que Julio César, en lugar de ser corrompido por todo ese poder casi absoluto, lo empleó para mejorar el día a día de los que menos tenían en Roma y para poner las bases legales de un nuevo Estado que debería de corregir la inoperancia de las estructuras legales de la vieja República, diseñadas para gobernar una ciudad pero incapaces de responder a los desafíos que planteaba gobernar todo el mundo mediterráneo. Cayo Julio César es el padre del Imperio romano, entidad política que se mantendría, con más o menos cambios hasta el 475 d.C. en Occidente y que perduraría hasta 1453 en Oriente.

Como todo hijo de familia noble, Julio César fue orientado a hacer carrera política. En este sentido, fue nombrado sacerdote de Júpiter. En aquella época el Senado, se hallaba dividido en dos bandos: los optimates, defensores de los derechos de los grandes propietarios agrícolas y los populares, defensores de los derechos de los pequeños propietarios. César se alineó con estos últimos, entre los que se encontraba su tío Mario.
Mario era el tipo de hombre que en esos momentos llevaba las riendas en Roma: un caudillo militar con importantes apoyos en el Senado y en el Ejército, además de ciertas victorias. Sus simpatías por Mario y su negativa a divorciarse de su esposa Cornelia le llevaron a ser perseguido por Sila, el caudillo optimate que le disputaba a Mario el poder en Roma.
Sila acabaría aceptando perdonar a César tras muchas presiones pero acabaría declarando "que había muchos Marios en César". Aunque perdonado, César tuvo que marchar a Oriente e Hispania donde hizo sus primeras armas como político y militar.

El hombre fuerte del momento era Cneo Pompeyo Magno, pupilo de Sila, ya fallecido y que había sofocado la rebelión de los esclavos encabezada por Espartaco . Pompeyo quería gobernar Roma de manera indirecta para evitar tanta oposición como la que encontró Sila, para ello ideó el sistema del triunvirato.
Pompeyo buscó apoyos en Marco Licinio Craso y Cayo Julio César para gobernar los tres Roma. Los tres se necesitaban mutuamente: Pompeyo necesitaba a Craso para ganarse el afecto de los hombres de negocios, Craso necesitaba protección política para aumentar su patrimonio y César un paraguas bajo el que forjar su propio prestigio político. Para ello pidió ser enviado a la Galia.

La Galia era el territorio ideal para las aspiraciones de César: tenía un Ejército bajo su mando y un territorio donde fraguarse un prestigio político. Para ello, durante los cerca de siete años que duraron sus campañas, César escribió su famoso De bello Gallico donde comenta sus triunfos en la conquista de la Galia, algo que le hizo muy popular. Destaca su triunfo sobre el caudillo germano Ariovisto, siendo esta la primera vez que un Ejército romano vencía a las hordas germanas en su propio territorio.
El episodio más famoso de esta campaña fue el sitio de Alesia en el que se enfrentó al no menos audaz caudillo Vercingetorix. César le sitió en la fortaleza de Alesia, pero el jefe Comio sitió al propio César. Tras una situación bastante complicada, César acabaría venciendo a los galos y conquistando definitivamente la Galia.

Sin embargo parece ser que César no estaba destinado a estar tranquilo nunca. César esperaba volver a Roma como cónsul para ser inmune, pero el Senado se negaba exigiéndole que licenciase a su Ejército. Para colmo, Craso había muerto en Partia y Julia, la hija de César casada con Pompeyo, también. Pompeyo era el hombre fuerte en Roma y César no tenía ninguna garantía de que fuese favorable a su causa.
En una de las decisiones célebres de la Historia, Julio César decide cruzar el Río Rubricón al frente de su Ejército, lo que suponía declararle la guerra al Senado. A su célebre vayamos allá a donde nos llaman los prodigios de los dioses y la inquinidad de nuestros enemigos los legionarios clamaron con un ¡O César o nada!. Hábil jefe militar, Julio César se había ganado el afecto de sus soldados rompiendo las barreras entre jefe y soldado. Si sus hombres pasaban frío, César pasaba frío, si sus hombres pasaban hambre, César pasaba hambre. Se forjaba así un vínculo entre el general y sus hombres díficil de quebrar.

Había estallado la guerra civil. Tras un paseo triunfal hasta Roma, César marcha a Hispania, pronvicia gobernada por Pompeyo mediante legados. Los legados pompeyanos son derrotados y César marcha a Oriente, donde Pompeyo había reunido un gran Ejército que fue aplastado en la batalla de Farsalia, sin lugar a duda la mayor victoria conseguida de Julio César.
Pompeyo logró huir para buscar escondite en Egipto, donde el Rey Ptolomeo XIII, buscando ganarse el favor de César, ordenó su asesinato. César, deseando de perdonar a Pompeyo, se irritó por este acto y se involucró en las tensiones palaciegas egipcias, aupando al trono a la que luego sería su amante: Cleopatra.
Tras esto César marchó al actual Túnez, donde el Senador Marco Porcio Catón había reunido un Ejército. César volvió a aplastar a las tropas republicanas mientras Catón se acabaría suicidando.
El último asalto de esta guerra tendría lugar en Munda, en la provincia de Córdoba. En un desesperado intento, Cneo Pompeyo y su hermano Sexto levantaron un Ejército para impedir que César se hiciese con el control definitivo sobre Roma. Fueron derrotados y con ellos, nadie se interponía ante César y su deseo de hacerse con Roma.

Desde Munda hasta su muerte César fue sentando las bases de lo que luego sería el Imperio romano. Fue restando poder a los senadores, incrementando su número de 300 a 900 con muchas personas fieles a su persona, fue acumulando honores y poder hasta ser designado dictador perpetuo, fue aliviando las cargas de los más pobres, acometiendo una reforma agraria que diese tierras a sus veteranos, para así granjearse su apoyo. E incluso comenzó a planear una campaña contra los partos para limpiar el honor de Craso y recuperar los estandartes arrebatados por los persas.
Sin embargo, un grupo de senadores proclives a la República le asesinó antes de ver cumplido este último proyecto. Eliminándole esperaban poder volver a restaurar la República. Eran los idus de marzo del 44 a.C.

Los senadores conjurados esperaban con esta acción volver a la situación anterior como si nada hubiera pasado, pero los seguidores de César, especialmente Octavio se negaron a aceptar la nueva situación. Joven aunque tremendamente ambicioso, Octavio empezó a maniobrar para hacerse con los resortes del poder, aplastando a todo aquel que se opusiese a su voluntad.

En definitiva, la vida y obra de Julio César, que tanto ha inspirado a artistas posteriores, sirvió para sentar las bases jurídicas de un Estado que sobrevivió hasta 1453 y que hasta su llegada al poder estuvo colapsado entre su realidad y sus desfasadas leyes. Quizás lo ambicioso de sus reformas fue lo que llevó a su trágico asesinato, pero lo cierto es que todo aquel que vive intensamente, muere intensamente.

FUENTE: Cayo Suetonio Tranquilo Vida de los Doce Césares