domingo, 28 de febrero de 2010

Tebas, Esparta, Atenas ¿Quién manda en Grecia?

La dos victorias griegas ante los persas (en el episodio conocido por la Historiografía como "Guerras Médicas" y que trataremos en profundidad en próximas entradas) hizo a los helenos tomar conciencia que necesitaban un mínimo de unidad política (que ya existía en el plano cultural y religioso) para conjurar una tercera tentativa persa de invasión.
La solución a este cuestión fue la creación de la Liga de Delos donde estaban representadas las polis griegas .

Sin embargo no tardaron en estallar tensiones entre Atenas y Esparta (las principales potencias griegas que colaboraron a la derrota persa) al recelar los espartanos de la creciente influencia ateniense en asuntos políticos. Las tensiones fueron en aumento hasta que las dos polis resolvieron sus diferencias en el campo de batalla. Esto es lo que se conoce como Guerra del Peloponeso, que también será tratada en próximas entradas y que se acabará saldando con la victoria espartana y la hegemonía de esta nueva polis sobre la totalidad de la Hélade.

Poco o nada pudieron disfrutar los espartanos de su victoria y de su recién estrenada hegemonía pues no tardó en perfilarse una nueva amenaza para Esparta: Tebas. Agesilao II, rey de Esparta, era consciente de esta amenaza y para ello no dudó en enviar tropas a las ciudades vecinas a Tebas con el fin de aupar al poder a gobiernos filoespartanos y crear así una especie de "cordón sanitario" que aislase a su nueva enemiga.
Estos movimientos provocaron el rechazo de Tebas y sus gobernantes empezaron a entablar conversaciones con Atenas para formar una nueva alianza que combatiese a Esparta por tierra y por mar. Así pues, mientras los atenienses aprestaban su flota, los tebanos levantarían un poderoso Ejército. Pero, ¿Sería suficiente para batir a Esparta?

Tebas no tenía un Ejército mediocre, más bien al contrario. Contaba con un cuerpo de 300 hoplitas (infantería pesada) conocidos como "Falange Sagrada". Sus miembros combatían en parejas que habían jurado vencer o morir juntos, lo que daba un alto grado de cohesión al Ejército.
Y al frente de este Ejército encontramos a un hombre excepcional: Epaminondas. De la mano de este general y hombre de estado puede decirse que nace la guerra tal y como la conocemos. Antes la guerra era una mera cuestión de arrojo y valentía, ganando el más valiente o el más insensato al disponerse los Ejércitos frente a frente.
Epaminondas no va a alinear a todos sus efectivos en una misma parte sino que dividirá sus fuerzas en dos grupos (uno de ataque y otro de reserva) que maniobraban con total independencia el uno del otro pero trataban de rodear al enemigo y forzarle a rendirse. Desde este momento, el centro y los flancos contarán con tareas propias a parte de las principales y maniobrarán independientemente la una de la otra y no como había sido hasta ese momento.

Una y otra vez las tropas tebanas fueron venciendo a los espartanos mientras la flota ateniense. Esparta estaba contra las cuerdas y junto cuando ya solo quedaba asestar el golpe de gracia, no tardaron en surgir recelos entre los dos aliados y los atenienses se avinieron a firmar una paz con los espartanos ante el creciente poder de Epaminondas, que fantaseaba con el hecho de unificar Grecia bajo su mando.

Convencida de que había llegado la hora de ganar la guerra, Esparta marchó sobre Beocia. No contaba con el genio militar de Epaminondas que pondría en funcionamiento sus novedosas técnicas en la Batalla de Leuctra, donde el Ejército tebano aplastó a los espartanos. Leuctra hizo que Esparta entregase el testigo de la hegemonía en la Hélade a Tebas.

Epanimondas creó la Liga Tebana donde aglutinó a todas las polis de Grecia central con excepción de Atenas. Para protegerse de las ansias de revancha espartanas, Epaminondas invadió y arrasó Laconia. Allí creó un estado títere mesenio a cuya cabeza se encontraba el propio dirigente tebano. También levantó una confederación arcadia. Estaba claro que Epaminondas buscaba unificar Grecia bajo su mando y aquello provocó las iras de Atenas. El tebano había llegado demasiado lejos.

En el 362 a.C. Epaminondas marcha al frente de un Ejército para conquistar Mantinea. No tardó en enterarse de que tropas espartanas al frente de Agesilao II acudían en auxilio de la ciudad. Epaminondas comprendió que Esparta había quedado sin guarnición al estar movilizados todos los varones en edad de luchar, lo que tentó a Epaminondas a marchar contra Esparta. Sin embargo, Agesilao II leyó bien la maniobra tebana y movilizó a sus soldados hacia Esparta de modo que cuando el Ejército Tebano llegó, los espartanos ya se encontraban allí.

Epaminondas vaciló al ver como su plan de tomar Esparta por sorpresa se hundía, Epaminondas marchó sobre Mantinea, que recibió refuerzos atenienses. En la Batalla de Mantinea Epaminondas mostró su habilidad como comandante al engañar a sus enemigos atenienses ( y a sus refuerzos espartanos) al hacerles creer que se estaban retirando para posteriormente atacarles. Tebas volvió a vencer pero tuvo que pagar un precio muy alto: Epaminondas fue mortalmente herido en esa batalla.

Los médicos que revisaron su herida dijeron que si extraían la punta de la lanza, Epaminondas moriría desangrado. El líder tebano preguntó por dos oficiales a los cuales quería legarles el poder, pero estos hombres habían caído. Epaminondas recomendó entonces que se firmase la paz y declaró que moriría sin ser vencido. Acto seguido ordenó que le extrajesen la punta de la flecha y expiró.

Tebas perdía así a su más valioso jefe militar y su efímera hegemonía. Epaminondas moría invicto pero sin cumplir con sus objetivos políticos: la unificación de Grecia algo que lograría más tarde un discípulo suyo: Filipo II, futuro Rey de Macedonia.

Aunque fracasó en sus objetivos políticos de unificación de Grecia, la hegemonía tebana supuso un interesante receso al binomio director de la política griega formado desde las Guerras Médicas por Esparta y Atenas. Sin embargo, lo personal de esta primacía regional provocó que se derrumbase una vez desaparecido su artífice.

FUENTE: Tebas contra Esparta. Odio a muerte en la Antigua Grecia en "Historia y Vida" nº473 pp.60-63

miércoles, 10 de febrero de 2010

María Estuardo, la desdichada Reina de Escocia

La vida de María Estuardo (1542-1587) ha sido argumento de innumerables pinturas, obras de teatro y óperas. Y no es para menos pues la vida de esta soberana escocesa parece haber sido escrita por la mente de algún atribulado bohemio parisino y no deberse a una complicada red de intrigas y traiciones que constituían la norma en la alta política del S.XVI. En la presente entrada pretendemos centrar el foco en una de las figuras más atrayentes de su tiempo.

María Estuardo nació en 1542. Era la hija de Jacobo V, Rey de Escocia y de la aristócrata francesa María de Guisa. Una semana más tarde Jacobo V acabaría falleciendo y la pequeña María, el único retoño que seguía con vida en el momento de la muerte de su padre, pasó a convertirse en Reina de Escocia.
Escocia era en esos momentos uno de los reinos más problemáticos de la Europa del XVI, con una nobleza muy poderosa gracias a las cuatro minorías de los últimos soberanos escoceses. Para colmo, la aristocracia escocesa se dividía entre francófilos (católicos, partidarios de la alianza con Francia para combatir al tradicional enemigo inglés) y anglófilos (protestantes, partidarios del entendimiento con Inglaterra). En el exterior, Escocia debía de hacer frente a las pretensiones del soberano inglés Enrique VIII para hacerse con el control de la totalidad de la isla.

En esas circunstancias, la pequeña reina escocesa se convirtió en un juguete en manos de la nobleza que pronto arregló su matrimonio con Eduardo, Príncipe de Gales. Los francófilos acabarán maniobrando para anular el matrimonio, lo que provocará que tropas inglesas penetren en Escocia buscando secuestrar a María y esposarla con el ya Rey Eduardo VI. Los ingleses fueron rechazados, pero pronto se convino que Escocia no era lugar seguro para la joven reina. Se firmó un compromiso con Francisco, Delfín de Francia y María fue enviada a París.

María creció en la Corte de Enrique II ajena a las intrigas que sacudían Escocia, donde desde la muerte de su padre gobernaba su Madre en calidad de regente.
A los 15 años Enrique II convocó a los embajadores escoceses a París para arreglar el matrimonio de la Reina con el joven Delfín. Se acordó que si la pareja moría sin descendencia, los derechos sucesorios pasarían al pariente escocés más próximo a la Reina. Mientras, un acuerdo secreto firmado entre María y Enrique II establecía que los derechos dinásticos pasarían a la Corona francesa.
En 1558, Francisco y María contraían matrimonio. Un año después, Francisco se convertía en Rey de Francia con el nombre de Francisco II y meses después, el joven soberano francés fallecía, dejando a María viuda.

Como todo soberano, María tenía que tener un heredero y al no tenerlo con el malogrado Francisco II, se aprestó a buscar un nuevo esposo. No le faltaron pretendientes: desde los reyes de Dinamarca y Suecia hasta el Duque de Ferrara. Sin embargo quien de verdad convenía a María era el hijo de Felipe II, Carlos de Austria. Franceses e ingleses (especialmente estos, pues los católicos ingleses simpatizaban mucho con la escocesa y poco con su actual soberana, Isabel I) presionaron a Felipe II para que no consintiese el matrimonio y Su Católica Majestad prefirió tener la fiesta en paz a granjearse tan poderosos enemigos.

María resolvió volver a Escocia que desde la muerte de María de Guisa estaba gobernada por el incendiario predicador calvinista John Knox, que había abolido la autoridad del Papa en Escocia y perseguido el catolicismo.
A su vuelta a Escocia, María recibió una dispensa para poder practicar el Catolicismo y ella, en un acto de sagacidad política, mantuvo el predominio protestante. El resultado fue una relativa paz que arruinó su matrimonio en 1565 con Henry, lord Darnley, altamente impopular entre la práctica totalidad de la nobleza escocesa, bien por su condición de católico, su altivez y su desmesurada ambición política.
Esa desmesurada ambición, unido al hecho de los celos que sentía por David Riccio, un italiano que la Estuardo había contratado como músico y secretario. El 9 de marzo de 1566, Darnley y un grupo de conjurados arrestan a María. La reina pacta con su esposo y juntos huyen a Dunbar, en la costa. Días mas tarde, María entraría en Edimburgo al frente de 8.000 soldados. No encontraría resistencia a su paso, pero su relación con Darnley estaba muerta y si algo le asustaba era el temor de que su hijo fuese declarado ilegítimo, algo que se "solucionaría" cuando la residencia de Darnley saltase por los aires en 1567.

De nuevo viuda, María casaría con uno de los más importantes magnates protestantes, James Hepburn, conde de Bothwell. Fue la gota que colmó el vaso y los nobles desencadenaron una revuelta. Para evitar más derramamientos de sangre, María se entregó a los sublevados que la obligaron a abdicar y proclamaron a su hijo Jacobo (de solo un año de edad) Rey de Escocia. Con la ayuda de algunos nobles fieles a ella, María escaparía de la cárcel y se pondría al frente de un Ejército que caería derrotado en la Batalla de Langside en 1568. María huyó en Inglaterra.

Con gran aceptación entre los católicos ingleses y un heredero (el joven Rey Jacobo VI) María era mucho más popular que su prima, Isabel I. La Reina Virgen se vio "obligada" a arrestarla y a capear las demandas de ejecución como podía, hasta que veinte años después acabase cediendo a la presión y siendo ejecutada en 1587.

Acababa así la vida de la mujer que tuvo que hizo frente con grandes dosis de coraje y valor a la tarea de gobernar uno de los tronos más complicados de la Europa del Quinientos, quizás le hubiese hecho falta más templanza a la hora de escoger matrimonio, aunque su temprana muerte (que la elevaría a la categoría de mártir del Catolicismo y le daría a su vida ese carácter novelesco que tanto sedujo a los artistas) se vería en cierto modo reparada por la proclamación de su hijo Jacobo como Rey de Inglaterra, entrando así los Estuardo a reinar en Londres.

FUENTE: María Estuardo, el trágico destino de la Reina de Escocia en "Historia y Vida nº449 pp 64-73



jueves, 4 de febrero de 2010

Y los esclavos dijeron basta: la Independencia de Haití

Haití es una de esas naciones del mundo que solo se asoman a nuestros televisores y diarios cuando ocurre allí una desgracia ya haya sido esta provocada por el hombre (algún levantamiento armado encaminado a derrocar al Gobierno de Puerto Príncipe) o alguna catástrofe natural como la que recientemente ha sacudido al país.
Lo que quizás muchos no sepamos es que este rincón del Caribe acogió durante los turbulentos años de la Revolución francesa uno de los episodios más llenos de épica, espíritu de libertad y por qué no, ciertos toques de romanticismo al ser este país escenario de una rebelión de esclavos que acabará desembocando en la primera república negra del mundo. En la presente entrada nos dedicaremos a estudiar quiénes guiaron a la colonia más próspera del Caribe a ser un país independiente gobernado por ex-esclavos.

La actual república de Haití se erige sobre la antigua colonia francesa de Saint Domingue. Los franceses controlaban el tercio occidental de la isla de La Española desde finales del S.XVII cuando comenzaron a ocupar partes de la isla aprovechando la debilidad de los españoles. Durante la siguiente centuria los franceses convirtieron Saint Domingue en la colonia más próspera de todo el Caribe con una economía basada principalmente en el cultivo de la caña de azúcar. De hecho, Saint Domingue sola era más productiva que la suma de todas las colonias británicas en el Caribe. Esta prosperidad fue más acusada a raíz de la independencia de los Estados Unidos en 1783, cuando comenzó a florecer un rico comercio azucarero entre la joven nación y la colonia francesa.

Para mantener esta productividad, Saint Domingue demandaba mano de obra esclava, concretamente unos 30.000 esclavos negros anuales. Estos esclavos fueron suministrados primero por compañías monopolistas creadas por el Gobierno francés y posteriormente por ricos comerciantes radicados en las más importantes ciudades costeras. Cada vez más dependientes de estos comerciantes, algunos sectores criollos blancos comenzaron a conspirar para alcanzar mayores cotas de poder económico y político.
Otro sector bastante desafecto eran los mulatos y negros libres. Eran pequeños propietarios y despertaron el recelo de la clase dirigente blanca que dictó una serie de normas discriminatorias para vetar el ascenso de los mulatos a las esferas de poder. Esto provocó que los mulatos se organizasen en la Société des Amis des Noirs, encaminadas a defender sus derechos frente a las autoridades criollas blancas. Esta Sociedad no tardó en trabar contacto con algunos sectores revolucionarios franceses a los que prometieron ayuda financiera a cambio de derechos políticos. Los mulatos cumplieron su palabra, pero París vaciló bastante, temeroso de tener que emancipar a los esclavos y perder así a la prosperidad de la colonia.

Viendo como el Gobierno francés faltaba a su palabra, los mulatos trabaron contacto con los británicos para obtener por las armas lo que las leyes les negaban. Así, Vincent Ogé y algunos otros mulatos desembarcaron en Saint Domingue en octubre de 1790, aunque acabaron siendo detenidos y ejecutados por las autoridades coloniales francesas. Toda esta lucha por la autonomía en el caso de los blancos y la igualdad en el caso de los mulatos se hizo de espaldas a los esclavos negros, que pronto tendrían algo que decir.

En efecto, en 1791 se produciría un levantamiento de esclavos en la parte sur de la isla. Alarmados por el cariz que tomaban los acontecimientos, mulatos y blancos formaron un frente común frente al levantamiento de los negros, aunque esta alianza no duraría mucho. Los esclavos negros se vieron apoyados por los españoles de Santo Domingo, desde donde penetró un Ejército compuesto por negros exiliados y milicias criollas.
El 4 de marzo de 1792, el Gobierno francés decreta la igualdad de derechos entre mulatos y blancos, lo que espanta a estos últimos que empiezan a buscar el apoyo de los británicos de Jamaica. Para encauzar esta situación París envía a la colonia un Ejército de 6.000 soldados a cuyo frente estaba el jacobino Leger-Felicité Sonthonax, que acabó decretando la abolición de la esclavitud con el fin de encauzar la situación y detener las invasiones española y británica.

Esta acción atrajo al principal caudillo revolucionario negro: Toussaint Louverture, que pasó al bando francés con un Ejército de 4.000 hombres. Los negros que no se acogieron al decreto de Sonthonax se alistaron a las filas españolas y los mulatos se dividieron entre los que apoyaban a las autoridades coloniales y los que apoyaban a los blancos y la intervención británica.
Toussaint acabaría siendo el hombre fuerte de la situación y el principal comandante militar francés en Saint-Domingue, alcanzando en 1797 el grado de general de división. Gracias a su genio militar acabaron siendo expulsados los españoles, que debieron de replegarse a su propio territorio cediendo algunas importantes zonas ganaderas a los franceses. Por su parte, los británicos se acabarían replegando a Jamaica tras una guerra que había costado las vidas de 25.000 soldados.
Antes de retirarse, los británicos pactaron con Toussaint no volver a intervenir a cambio de ciertas concesiones comerciales. Durante las negociaciones, los británicos ofrecieron a Toussaint la posibilidad de independizarse bajo su protección, pero el líder negro se negó, temeroso de tener que enfrentarse con los mulatos. Prefirió pues, seguir gobernando la colonia en nombre de Francia. Esto no impediría que entre 1799 y 1800, Toussaint tuviese que sofocar una revuelta mulata en el sur de la isla.

Mientras Toussaint intentaba restaurar la prosperidad económica de Saint Domingue, Napoleón se hacía con el poder en Francia. Deseoso de establecer un gran imperio colonial francés en América, Bonaparte se aprestó a restaurar el control absoluto de Francia sobre Saint Domingue. Para ello proyectó enviar un Ejército al Santo Domingo español (actual República Dominicana) que los españoles habían cedido a los franceses mediante el Tratado de Basilea. Este Ejército tenía dos funciones claras: tomar posesión del Santo Domingo español y desalojar a Toussaint del poder. Sin embargo, el líder negro fue más rápido y él mismo se encargó de reunificar la isla y de reorientar la economía dominicana de la ganadería a la agricultura en grandes extensiones.

El 29 de enero de 1802, el general Victor Emmanuel Leclerc al mando de 58.000 soldados desembarca en La Española dispuesto a acabar con el gobierno de Toussaint Louverture. Los franceses avanzaron por diversos frentes: una parte del Ejército marchó hacia Santo Domingo, que cayó con poca resistencia, mientras numerosos regimientos desembarcaron en la mitad de la parte española de la isla.
Mientras esto ocurría, la Armada francesa cañoneaba Puerto Príncipe y Leclerc, al mando del grueso del Ejército marchaba sobre Cap-Français ciudad que acabó cayendo en sus manos tras no pocas dificultades. El 7 de junio, Toussaint fue traicionado y entregado a los franceses. Moriría un año después en prisión.

Negros y mulatos se unieron bajo el mando de uno de los lugartenientes de Toussaint llamado Jean-Jacques Dessalines. Dessalines continúo la lucha ante un Ejército francés muy mermado por la fiebre amarilla. Incluso el propio general Leclerc acabaría sucumbiendo ante esta enfermedad. En 1804 las tropas francesas acabarían capitulando y retirándose de aquel paraíso tornado en infierno por culpa de las enfermedades y del valor de los antiguos esclavos dispuestos a pelear por la independencia.

En enero de 1804, Dessalines y otros caudillos negros y mulatos proclamaron la independencia de la República de Haití (en honor a uno de los caciques indios que gobernaba la isla a la llegada de los españoles). Nacía así la primera república negra del mundo y la primera república latinoamericana independiente con un modelo (la independencia hecha por el levantamiento de los esclavos) que no se vería en cualquier otro proceso independentista de los que le siguieron.

FUENTE: Frank Moya Pons "La independencia de Haití y Santo Domingo" en Leslie Bethell ed. Historia de América Latina volumen 5, La Independencia