Nunca antes un conflicto tan corto como la Guerra de los Seis Días (o la Guerra de Junio, como la llaman los árabes) había tenido tanta importancia en el devenir político de ese barril de pólvora que es Oriente Medio.
En efecto, en esos intentos seis días de 1967 el Estado de Israel pasó a triplicar la extensión que tenía antes del inicio de las hostilidades, a comprender que podía pelear y ganar una guerra solo (contrariando la opinión del fundador del Estado israelí, David Ben Gurión, que sostenía que siempre que se fuese a la guerra había que contar con al menos, un aliado) y a emerger como potencia militar de la región y la consagración de un hombre -Moshé Dayán- como uno de los grandes generales de la Historia. Además fue un duro golpe para la ideología panarabista que hasta entonces había sido predominante en el mundo musulmán (pese a que continuarán aflorando regímenes panarabistas mucho después de la victoria israelí). En este artículo pretenderemos repasar las causas que llevaron a este enfrentamiento y las causas que llevaron a la aplastante victoria israelí sobre los numerosos ejércitos árabes.
El conflicto árabe-israelí se remonta a 1948, fecha en la cual expira el mandato británico en Palestina y se proclama el Estado de Israel. Inconformes con las resoluciones de la ONU que abogaban por la creación de un Estado judío y otro árabe en Palestina, los países árabes limítrofes con Israel atacaron a la naciente nación. La conflagración acabó con un alto el fuego decretado por la ONU y el derrocamiento de algunos de los regímenes que fueron a la guerra por elementos del Ejército, acusados de corruptos e ineficaces.
Uno de los regímenes derribados fue el del Rey Faruq I de Egipto. Corrupta hasta decir basta, un grupo de jóvenes oficiales líderados por el General Naguib y el Coronel Gamal Abdel Nasser derribaron la monarquía e implantaron una república nacionalista, panarabista y de tendencias socialistas.
Uno de los regímenes derribados fue el del Rey Faruq I de Egipto. Corrupta hasta decir basta, un grupo de jóvenes oficiales líderados por el General Naguib y el Coronel Gamal Abdel Nasser derribaron la monarquía e implantaron una república nacionalista, panarabista y de tendencias socialistas.
Nasser fue junto con el indonesio Sukarno, el hindú Nehru y el yugoslavo Tito uno de los creadores del Tercer Mundo en la Conferencia de Bandung.
Uno de los anhelos de Nasser era conseguir la unidad política del mundo árabe bajo la batuta egipcia. Para ello emprendió una política anticolonialista y nacionalista lo que le llevó a apoyar a los independentistas argelinos y a abanderar la causa palestina. Una de sus primeras medidas fue la nacionalización del Canal de Suez, gestionado por un consorcio británico y francés, el bloqueo de los Estrechos del Tirán y el apoyo a incursiones palestinas en territorio israelí.
Esto provocó que británicos, franceses e israelíes tuviesen alguna buena razón para odiar a Nasser lo que hizo que el Egipto afrontase una guerra contra los tres países. Las amenazas soviéticas y las presiones de Estados Unidos llevaron a que se declarase un nuevo armisticio y se desplegasen cascos azules en el Sinaí.
Con los cascos azules en el Sinaí, Siria (gobernada por otro regímen panrabista y socialista a imagen y semejanza del que regía El Cairo) abanderó la causa palestina. Siria y Egipto se había unido en un fallido proyecto de Estado conocido como República Árabe Unida y que se vino al traste por la corrupción de sus dirigentes. Siria acusaba a Nasser de cobardía y el Raïs, temeroso de perder su influencia en el mundo árabe, involucró a su Ejército en la Guerra Civil yemení en favor de los partidarios de la República.
Sin embargo, la situación del mundo árabe era mucho más compleja que la carrera entre El Cairo y Damasco por liderarlo. Había una serie de monarquías de corte conservador como Jordania, Arabia Saudí, Iraq o Irán que odiaban a los regímenes populistas egipcio y sirio tanto como a los israelíes.
No menudearon los intentos de sirios y egipcios por desestabilizar a estos regímenes, esfuerzos que cuajaron con el asesinato del Rey de Iraq y su sustitución de un régimen prosirio. Esto llevó a Jordania a estar más sola que nunca.
Mientras esto pasaba, los sirios jaleaban más y más las incursiones de los palestinos y caldeaban el ambiente contra egipcios y jordanos. Estas acciones llevaron a los israelíes a llevar pequeñas incursiones militares contra Siria y Jordania. Había tensión, mucha tensión. Y entonces, Nasser renació de sus cenizas.
Enfangado en el Yemen, Nasser sacó de la nevera la cuestión palestina para renacer como el caudillo del mundo árabe. Para ello expulsó a las tropas de la ONU de la zona y empezó a acumular tropas en el Sinaí mientras su retórica belicista aumentaba tras hacer las paces con Siria. Damasco y Egipto bullían de incendiarios comunicados de radio que clamaban contra Israel y Jordania.
En Israel toda esta escalada se veía con temor. Levi Eshkol, primer ministro de Israel, apostó por una solución diplomática mientras en su país menudeaba el pesimismo. Aunque luego sería ensalzado por su saber estar y sangre fría, la prensa y los observadores políticos acusaban a Eshkol de hombre débil y apocado ante la cada vez más desafiante retórica belicista de los árabes.
El colmo de la crisis vino cuando Egipto cerró los Estrechos de Tirán, impidiendo el acceso de petróleo y otras mercancías a Israel. Esto suponía condenar al Estado hebreo a una lenta asfixia económica. Pese a las presiones de su generalato, Eshkol intentó solventar la crisis de manera diplomática y todo lo más que hizo fue declarar una movilización de reservistas.
Otra vuelta de tuerca de la crisis vino cuando Jordania, temerosa por su propia supervivencia, se unió a la alianza entre Egipto y Siria y consintió el despliegue de tropas iraquíes y saudíes en su territorio nacional.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Los ciudadanos israelíes estaban seguros de que esta vez nada podría parar a los árabes y de que Eshkol llevaría a la total ruina a Israel. Entonces Eshkol sacó un conejo de la chistera: nombró al General Moshé Dayán Ministro de Defensa. El contradictorio general tuerto aceptó la cartera siempre y cuando tuviese control absoluto sobre las eventuales operaciones militares.
Cuando el Gobierno israelí comprendió que la guerra era inevitable, intentó ir a ella con al menos un aliado. Con Estados Unidos enfangado en Vietnam y con Francia marcando las distancias con Israel, Tel Aviv empezó a hacerse a la idea de que tendría que luchar solo.
Mientras Israel asimilaba la idea de una guerra, Egipto seguía acumulando soldados en el Sinaí. Egipto tenía el Ejército más numeroso de los cuatro estados árabes limítrofes con Israel. Además estaba reforzado por unidades de voluntarios palestinos, marroquíes, tunecinos y sudaneses. Los israelíes tenían que golpear primero si querían tener una opción antes de que el despliegue árabe fuese total.
Y el golpe llegó. El día 5 de junio de 1967, aviones de caza israelíes atacaron las bases aéreas del Ejército egipcio, mientras Dayán recomendaba contención ante Jordania y Siria. La guerra era esencialmente una guerra contra Egipto.
El ataque fue un cuarto hora de antes de que los políticos egipcios llegase a sus oficinas. Para colmo, se había prohibido a los soldados egipcios abrir fuego antiaéreo por temor a que se derribasen los aviones en los que viajaban los comandantes del Ejército y la Fuerza Aérea egipcia así como una delegación iraquí. Iban a revistar a los oficiales que estaban en el Sinaí por lo que cualquiera capaz de dar una orden decente se encontraba a miles de kilómetros de donde iba a estallar la guerra. La confusión fue total y la práctica totalidad de la Fuerza Aérea egipcia fue destruida. Nasser tuvo que pedir a Argelia que enviase aviones de refuerzo.
Mientras esto sucedía, las pasadas de los aviones israelíes continuaban y las tropas del Ejército israelí entraron en el Sinaí. El objetivo: abrir los Estrechos del Tirán antes de que la ONU impusiese un alto el fuego. Y sin apoyo aéreo pues la aviación estaba intentando lograr la supremacía aérea.
Paralelamente a las primeras incursiones aéreas, aparatos de la Fuerza Aérea jordana comenzaron a atacar posiciones israelíes. Dayán recomendó contención en este frente al igual que en sirio, aunque autorizó incursiones contra las fuerzas aéreas sirias y jordanas y cuando la ofensiva jordana comenzó a tornarse cada vez más seria, Dayán ordenó que la batalla por Cisjornadia y Jerusalén comenzase.
Los jordanos combatieron valientemente y vendieron cara su derrota. Junto a ellos lucharon algunas unidades iraquíes tanto de tierra como de aire, mientras los saudíes se contentaban con quedarse en la frontera esperando que algún avión israelí le atacase y los sirios se quedaron en la frontera esperando instrucciones. Con su Ejército al borde del colapso, con Cisjordania y Jerusalén en manos de los israelíes, el Rey Hussein de Jordania aceptó el Alto el fuego decretado por la ONU al tercer día de la guerra.
Mucho mayor fue el desastre militar egipcio. Su primera línea de defensa había sido rebasada por las tropas israelíes pero mucho más peligroso que todo el Ejército israelí junto era la incompetencia del Mariscal Amer. Antiguo compañero de armas de Nasser, Amer controlaba el Ejército y ejercía de poder en la sombra. Demasiado poderoso para que Nasser pudiese hacer algo contra él, Amer hizo del Ejército egipcio su propio rancho donde los ascensos se hacían en función de la fidelidad mostrada a Amer y no de su valía.
Esto llevó a que Amer decretase una retirada generalizada, desorganizada que permitió muchas de las bajas egipcias de la guerra. Al cuarto día de guerra, un Nasser abatido ante el desastre sufrido aceptaba el alto el fuego de la ONU tras perder el Sinaí.
Todo parecía indicar que la guerra había terminado pero los miembros más radicales del gabinete presionaban a Dayán para atacar a Siria. Razonaban que Damasco había sido uno de los responsables del estallido de la guerra y que necesitaba un escarmiento. Los dos últimos días de la guerra se emplearon en una ofensiva a gran escala contra el Ejército sirio en los Altos del Golán (donde nacía el Jordán, vital para la agricultura israelí). La oficialidad siria, purgada constantemente por los continuos golpes de Estado no podía asumir la ofensiva y decretó la retirada total. Tras dos días de guerra y con los objetivos militares cumplidos, Israel aceptó el alto el fuego de la ONU y los sirios suspiraron aliviados pues temieron que los hebreos se hiciesen con Damasco. La guerra había terminado.
La guerra costó la vida a entre 10.000 y 15.000 soldados egipcios, 700 jordanos y 450 sirios. Israel perdió a cerca de 679 hombres. Demográficamente, las bajas israelíes equivaldrían a la muerte de 80.000 soldados estadounidenses.
Tras la guerra Israel emergía como una nueva potencia militar en Oriente Medio. Además, los elevados costos de la guerra se sufragaron rápidamente con el petróleo extraído del Sinaí. Israel tomó conciencia de que podía librar y vencer una guerra sin apoyo occidental, aunque siguió mirando a Occidente siempre y cuando necesitase armas y apoyo político. Además triplicó su territorio, controló el Jordán y conquistó por entero Jerusalén. La Casa Blanca auspició el plan de "Paz por territorios" por el cual Israel cambiaría los territorios arrebatados a sus vecinos árabes por tratados de paz con ellos.
Para los árabes fue un desastre sin paliativos. Nasser fue un fantasma desde la derrota pese a que de cara al público siguió siendo el gran líder del mundo árabe. Un mundo árabe cada vez más dividido. Acaso quien ganó fue Jordania, que con la pérdida de Cisjordania perdió una bolsa de población palestina proclive al socialismo panarabista y que acabaría debilitando a la Corona jordana.
Pese a todo, pese a los tratados entre Israel y Egipto y Jordania, el conflicto continúa, amenazando con volver a estallar en cualquier momento.
FUENTE: Michael B. Oren "La Guerra de los Seís Días"
José Miguel Romaña "Fuego sobre Oriente Medio. El golpe aéreo de Israel en la Guerra de los Seís Días"